Por
  • Andrés García Inda

Un artículo de Adviento

Un artículo de Adviento
Un artículo de Adviento
Pixabay

No piensen ustedes que tengo muy claro lo que quiero decir. A veces uno sabe que tiene que contar algo, aunque no sepa expresamente qué ni cómo hacerlo. Como siempre, la poesía lo dice mucho mejor: "Todo me lo diste Tú: / incluida la angustia / de no poder cantarlo" (Luce López-Baralt).

Así que uno se pone a escribir esperando que ocurrirá algo: no una inspiración o una especie de iluminación que señale clara y definitivamente la conclusión a alcanzar, sino más bien al revés, la confianza de que, si nos ponemos a andar, llegaremos a algún sitio. Supongo que en la escritura –al menos en esta– es como en la vida: hay quienes se empeñan en pensar que el destino es algo que depende siempre y únicamente de ti, que se elige; y hay quienes insisten en que es más bien algo que se reconoce y se descubre. Seguramente sea una mezcla de ambas cosas, y quizá el que mejor lo ha expresado es mi admirado Calvin (no el de Klein, sino el de Calvin y Hobbes, la tira cómica de Bill Watterson): "La mayoría de nosotros descubrimos cuál era nuestro destino cuando llegamos". O cuando no llegamos, podríamos añadir. Algo de eso pasa también con lo que se escribe, y con la esperanza de que llegaremos, burla burlando, a acabar el artículo y completar los caracteres necesarios.

En nuestra época –o tal vez ocurría en todas las épocas– nos falta paciencia, queremos llegar al final sin recorrer el camino

Con todo, hay dos grandes obstáculos que dificultan la tarea y el trayecto. El primero, cómo no, es la ansiedad y la falta de paciencia. Cuando eran pequeños, solíamos comprar a mis hijos el calendario de Adviento que algunos supermercados ponen a la venta en esta época del año: una caja de bombones con una casilla para cada uno de los días del tiempo litúrgico. Ninguno de los calendarios, creo recordar, pasó de la primera semana. En dos o tres días, como mucho, todas las ventanitas del almanaque habían sido abiertas y liberadas las chocolatinas que había en su interior. Normal. Alguien podría pensar que, además de comerse el dulce que contenían, semejante proceder obedecía a la intención de forzar o acelerar la llegada de la Navidad, que era el objetivo. ¿Para qué aguardar, pudiendo no hacerlo? Todo un signo de nuestro tiempo. Nos cuesta esperar, es fatigoso seguir añadiendo palabras una tras otra y además no sabemos realmente cómo acabaremos (¿tendrá sentido el desenlace?, ¿les interesará el artículo?) por lo que enseguida sentimos la tentación de poner el punto final o dejar la frase inconclusa. Y que piensen, o escriban, otros.

La otra gran dificultad, posiblemente, reside en la confusión entre la esperanza y las expectativas sobre el resultado. Tengo para mí que, aunque entendamos una y otras como sinónimos, hay una diferencia esencial entre ellas. Y parte del problema de nuestro tiempo (o mejor: de todos los tiempos, para no creernos tampoco en esto el centro del universo) tiene que ver con la errónea identificación entre ambas, como si nos conformáramos a sabiendas con el gato que nos dan –o nos damos– en lugar de la liebre. Tal vez –no sé, recuerden que estoy andando un camino a tientas– las expectativas tienen que ver con deseos entendidos como exigencias y derechos. Por eso si se cumplen y las cosas culminan tal como esperábamos nos sentimos justamente reconocidos y aliviados ("¡nos lo merecíamos!"); y si no es así nos mostramos frustrados y defraudados ("¡no hay derecho!"). La esperanza en cambio, no sabe cuál va a ser ese final, y a la postre la única conclusión que sacas es que lo ocurrido ha sido un regalo, sea cual sea el resultado. Leía estos días pasados un profundo artículo del filósofo del Derecho Óscar Vergara sobre la esperanza en los enfermos terminales. El artículo tiene un título bellísimo y doloroso: ‘To be alive when dying’ (vid. en ‘Medicine, Health, Care and Philosophy’ 24/2021). La decepción es una cosa y la desesperación o la desesperanza es otra, dice el filósofo. Y la esperanza puede surgir aceleradamente y con más fuerza precisamente cuando aparece la frustración ante la falta de expectativas. Quién sabe, puede que parte de nuestra incapacidad para la primera, para la esperanza, tenga que ver con la inflación o la exageración de las segundas.

Y confundimos además las expectativas que nos creamos y que pueden verse frustradas con la verdadera esperanza

Como ha escrito acertadamente el columnista Julio Llorente, "la vida es maravillosa a condición de que uno no la atosigue con sus expectativas". Lo que no implica de ningún modo dejar de hacer planes, claro, o no trabajar para conseguirlos. Todo lo contrario. Pero siendo conscientes de que la vida los desbordará –como a este artículo– por cualquier lado.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión