Por
  • Celia Carrasco Gil

Voz negra del alba

Voz negra del alba
Voz negra del alba
Pixabay

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado de un poeta rumano de origen judío y habla alemana, que nació un 23 de noviembre hace apenas ciento dos años. 

Fue Paul Antschel, más tarde Paul Celan, un autor desarraigado que encontró en la palabra el pétalo de su rosa necesaria, el florecer del fruto del lenguaje, una semilla propia que pudiera erigirse entre las voces caídas en la nieve, transparentes, ya casi diluidas y borradas por completo por el peso de los surcos y los golpes de tantas persecuciones inhumanas. Allí, tras la reja del mundo y de la lengua, Paul Celan, sumido entre fantasmas de ceniza, entre tantos rostros anónimos de vidas apagadas, supo escribir el alba negra de todo ‘no-lugar’ del exterminio y entonar en su ‘Fuga de la muerte’ el planto del ‘nos-otros’, de los cuerpos oprimidos por el cinturón de hierro del ¿hombre? que jugó al mismo tiempo a ser veneno de serpiente y voz enamorada. Inclinado hacia la ofrenda de un hiato, el poeta escribió siempre desde el humo, desde la radical conciencia del incendio, desde un silencio gris en llamaradas. Y fue la resonancia del vacío, de todo lo sin-nombre disuelto entre la arena de las urnas. En medio del dolor y la ventisca, en el desierto nacido de una herida sin límites que no dejaba de extenderse hacia su errancia, Paul Celan supo adentrarse en la forma de visión de las almendras y contar ese silencio agreste de los ojos judíos, la leche de amargura llovida por el fruto imposible de la nada.

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