Por
  • Julio José Ordovás

Viejos rockeros

La Casa del Loco cumple 25 años como sala de conciertos de referencia en el país.
Viejos rockeros
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Duele comprobar, cada vez que va uno a un concierto de rock, que aquella música tóxica que inventó el diablo y que tantos momentos de felicidad nos ha dado es algo residual.

Todos los rockeros ya somos viejos rockeros. La edad media del público de los conciertos de rock ronda los cuarenta y tantos y, en cuanto a los músicos, raro es el que baja de los cuarenta. Quiero decir que abundan las calvas y escasean las melenas, tanto las masculinas como las femeninas.

El rock es siglo XX. Dylan, Neil Young, Bruce Springsteen, Iggy Pop o Mick Jagger son momias gloriosas, pero momias al fin y al cabo. Como instrumento de canalización de la rabia juvenil hace años que el rock fue desbancado por el hip hop. Las voces del barrio son ahora las voces de los raperos y de los traperos. Es cierto que continúan surgiendo nuevas bandas de rock, con chavales que le ponen mucho empeño y que sin duda son mejores músicos que los de antes, pero les falta calle, y sin calle el rock es otra cosa. Ginebra light. Vapeadores con sabores frutales.

"Ya está bien de tanto festival. El rock tiene que volver a los garitos", dijo Josele Santiago la otra noche en La casa del Loco, que cumple 25 años. No puedo estar más de acuerdo con él. Donde se vive de verdad el rock es en los garitos, con sus luces macabras, sus barras de madera con mil cicatrices, una botella de cerveza en la mano y ese tufillo a testosterona rancia que flota en el ambiente.

Los espejos de los baños de los garitos no engañan. Cuando, acabado el concierto, sacas el abrigo del guardarropa y pisas la calle te das cuenta de que la noche sigue siendo joven, pero tú, amigo, ya no lo eres. 

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