Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Pablo Milanés: alma de Cuba y raíz del sentir

Pablo Milanés, durante su actuación del pasado mes de febrero en Huesca.
Pablo Milanés: alma de Cuba y raíz del sentir
Rafael Gobantes

Todos todos todos tenemos una banda sonora de nuestra vida. 

Y, además, por lo general, no es inamovible. Música de la radio, de algunos programas de televisión, de voces en directo, de los discos o Cds que nos acompañan. La primera vez que llegué a Zaragoza en septiembre de 1978, venía con el artista conceptual Antón Roca, acudió a recibirnos una joven actriz con la grabación del casete de ‘Al final de este viaje’ de Silvio Rodríguez, que fue una de esas voces que te hacen compañía durante años y que te obliga a preguntarte mil cosas, entre ellas ¿qué "es un tiempo de conejos"?

Pablo Milanés, que fue su amigo del alma (componían y se mostraban todo lo que hacían), apareció algo más tarde. Y llegó con esas canciones que encendían mechas y hogueras en cualquier instante: aquel baladista prodigioso, con una voz que habría podido ser de ópera, educada en el barrio, en la loma y en el llano, cantaba al Che Guevara y a Salvador Allende, que durante años fue un héroe ferozmente humano, ahí, bajo la cochambre de Pinochet y sus bombas, cantaba a la Revolución cubana –algo que le sucedió a mucha gente: desde Mario Vargas Llosa y Cortázar hasta a García Márquez, y luego algunos se retractaron, pero también en otras disciplinas de la creación– y cantaba a esos pequeños instantes de la vida: el amor y su envés, el desamor, la tierra, la isla del origen, el Caribe, la afirmación de la alegría y la felicidad.

Entonces, la llamada Nueva Trova Cubana invadía el mundo y una cantante como Soledad Bravo, una española que se había ido al otro lado del charco, grababa los poemas de Rafael Alberti, pero también los temas de Silvio, de Pablo, de Noel Nicola, con una hondura bella y melancólica.

En 1997, con El Silbo Vulnerado, Viridiana y el escritor Adolfo Ayuso, entre otros, visité Cuba. Y entendí muchas cosas de las que hablaban los musicólogos Fernando Ortiz y Alejo Carpentier (melómano y un grandioso narrador de libros como ‘El recurso del método’ o ‘El siglo de las luces’), y Lezama Lima y Carilda Oliver Labra, y entendí mucho mejor a Silvio y Pablo. Tuve la sensación de que Pablo estaba en las calles, en el aire, en los cañaverales, y que su voz iba y venía en mi memoria como una sugerencia indeleble, entre ron y ron.

Aproximación a la Nueva Trova Cubana y a las influencias que ejerció el rico
patrimonio musical del país isleño en el cantante y compositor que forma parte ya
de la banda sonora de varias generaciones con canciones como ‘Yolanda’

Era un cantante que venía de la raíz del sentir, del filin, del bolero, del jazz, de Beni Moré, y de tantos y tantos otros; y sentí que Silvio era un dios en Cuba el día que Omara Portuondo, menudita y poderosa, se agigantó en el Teatro Nacional de La Habana cuando dijo aquello de "la era está pariendo un corazón y no puede más...". Cuando elevó su son, las gentes de Matanzas, Santiago, Cienfuegos, etc., se estremecieron: la lluvia tropical que se desmandaba por las calles se había vuelto temblor caribe allí dentro.

Años después, poseído por Milanés, intimista y voluptuoso, iba y venía entre La Iglesuela del Cid y Zaragoza cantando, como en un karaoke a deshoras, todo lo que podía del cantante de Bayamo. Me ayudaba a combatir el sueño y a soñar: "Solo te pido / que mi espacio llenes con tu luz..."

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