Tocadiscos en el trastero
Cierra el último videoclub en Zaragoza y certificamos el adiós a una época que los nostálgicos siempre echaremos de menos.
Entre otras cosas porque éramos más jóvenes. Y también porque la tecnología a la que progresivamente nos íbamos acostumbrando tanto en la vida personal como en el ámbito profesional todavía avanzaba a un ritmo cuyo paso podíamos seguir con cierta observancia. El vinilo, la cinta magnetofónica y su imprescindible boli Bic, el videocasete, el cedé, el deuvedé... se incorporaron de manera ordenada y con bastante naturalidad a nuestra forma de trabajar, de entretenernos y de comunicarnos.
En la redacción evolucionamos progresivamente desde vetustas herramientas casi decimonónicas, como el tipómetro, a sistemas, aplicaciones y programas que han generado rapidez y comodidad en la edición de las informaciones. Mi tocayo Gistaín se acordará del insufrible ‘clac clac’ de la estruendosa ‘cafetera’, que es como llamábamos al teletipo del cuartico de una redacción en Huesca desde el que mandábamos a Zaragoza las crónicas del Festival de Cine. En los años 80 todavía mecanografiábamos sobre papel pautado para calcular los caracteres por línea que cabían en la columna dibujada con lápiz en la maqueta. Con copia de calco para enviar el texto a componer a talleres. Llegaron el fax y la máquina de escribir eléctrica, poco antes del primer, novísimo y odioso ordenador. Y con él, el primitivo módem. Ese que confirmaba la conexión tras una concierto de caóticos pitiditos y que funcionaba según la calidad de la línea telefónica que hubiera pillado. Eran muy complicados para entonces y hoy quedan tan limitados... comparados con los constantes avances de la digitalización.
La meteórica evolución tecnológica ha construido un universo nuevo en la comunicación y el entretenimiento. Solo un apagón digital permitiría ahora reencontrarnos con ese mundo analógico. Si es que todavía guardamos en el trastero el tocadiscos, el vídeo, el amplificador, los bafles... y las cajas de cintas y discos.
