A escala humana

A escala humana
A escala humana
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Hago esta columna en lunes, así el martes puedo dedicarme a otras cosas como, por ejemplo, a reescribir esta columna. 

Siempre se ha dicho que lo mejor es reconocer las propias limitaciones, pero eso no tiene mérito: se descubren enseguida (y se olvidan más rápido todavía); lo difícil es descubrir las de los demás, empezando por uno mismo, que a veces es un extraño para sí. Ya sé que parece un lío pero lo es. La vida es un lío, y por eso el genoma está apretadico y hecho un gurruño, al menos en apariencia, luego, de cerca, ya se aclara y cada átomo está en su sitio. Hay un vídeo muy majo, de ‘@Innov_Medicine’, una animación de cómo el ADN se convierte en ARN, primero a cámara lenta, luego en tiempo real (si es que existe el tiempo real): es como una capoladora de carne: entra por un lado un churrete, como si se enroscara en sí mismo, y sale por arriba una viruta ya enrollada, una espiroqueta en cremallera. Es pura mecánica, como el cardán de un tractor, pero tan diminuta que está al filo del no ser, mecánica mínima que nos lleva y a veces, ay, nos trae. Cada átomo es una bolita, así que este vídeo muestra la transformación del texto en mondongo… y el verbo se hizo carne. Otra cosa es que que nos hayamos acostumbrado a tanta maravilla, como la foto de ‘Los Pilares de la Tierra’, o el genoma de la medusa inmortal que descifró el equipo de Carlos López Otín. Nos parece normal, pero tanto lo grande como lo pequeñín es extraordinario… y la persona, que está justo en medio: ¡usted! Al final he reescrito el artículo. Qué vicio. ¡Gracias!

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