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  • José Tudela Aranda

Claridad

Sánchez y Ortuzar sellan el pacto entre el PSOE y el PNV.
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Ballesteros / Efe

Cuando se emplea la voz claridad en relación con la organización territorial, se suele hacer referencia a la doctrina acuñada por el Tribunal Supremo de Canadá en relación con los intentos de secesión de la provincia francófona de Quebec. 

No voy a tratar en estas líneas la cuestión canadiense. Pero sí voy a reflexionar sobre la claridad en relación con nuestro modelo de Estado, si bien en un plano diferente al del debate canadiense.

Siempre he tenido la sensación de que la confusión domina sobre cuestiones esenciales de nuestro modelo territorial. Una confusión derivada tanto de paradojas como del ejercicio consciente por parte de la mayoría de los actores de negar la realidad. Paradojas, porque es paradójico que la mayor descentralización, incluso la autodeterminación, se reivindique desde posiciones de izquierda; paradoja, porque el federalismo se niega por quienes debieran ver en el mismo el primer instrumento de unidad; paradoja, porque se quiere ver federales donde sólo hay independentistas o, a lo sumo, confederales. Pero hoy me interesa sobre todo la confusión. Una confusión consciente que ha dominado a los partidos nacionales.

Para ilustrar sobre lo que quiero reflexionar, nada mejor que leer la entrevista que Enric Juliana realizó el pasado 30 de octubre al presidente del Euskadi Buru Batzar, Andoni Ortuzar.

Tras reivindicar la reforma de la sedición como, entre otras cosas, "una forma de evitar condenas", Ortuzar señala que el Estado debe dar respuesta a las cuestiones vasca y catalana y que esa respuesta, siempre desde el diálogo, podría venir en la próxima Legislatura.

Ni el PP ni el PSOE han tenido en los últimos treinta años de democracia la visión
de Estado necesaria para fijar
los límites a la declarada voluntad de los partidos nacionalistas e independentistas de deconstruir el Estado

Llegados a este punto de la entrevista, el lector se pregunta: ¿Qué más puede hacer un Estado para dar respuesta a la demanda de autogobierno, muy especialmente en el caso vasco? Ortuzar es claro. Hay que llegar a la cima. Y reprende a los nacionalistas catalanes: la línea recta es la más rápida pero te sueles quedar en el camino; dar vueltas es más lento, pero permite llegar a la cima en buen estado, ese es el camino del nacionalismo vasco.

Juliana, siempre inteligente, hace la pregunta pertinente: ¿Cuál es esa cima? La respuesta vuelve a ser clara: ser menos dependiente. Y realiza una matización esencial: hoy, ni Alemania es independiente. Se trata de ser lo menos dependiente posibles. Para ello, concreta, el PNV quiere modificar el Estatuto de autonomía en cuatro ámbitos: a) Reconocimiento nacional; b) blindaje del estatus político y económico; c) un nuevo marco jurisdiccional para la resolución de los conflictos con el Estado; d) reconocimiento del derecho de autodeterminación.

De forma resumida, un modelo confederal, que, en coherencia, permita la secesión unilateral. Una secesión que se ejercería cuando, añado, el Estado ya no sea mínimamente útil. Su objetivo es unir al PSOE al acuerdo y poder hacerlo efectivo en el primer semestre de 2024. Mientras, como le recuerda Juliana, se sigue progresando, como con los recientes pactos que garantizan la prórroga del método de cálculo del cupo y el reconocimiento de las selecciones vascas de pelota y surf.

Me he extendido en el contenido de esta entrevista porque es ilustrativa de la voluntad real del nacionalismo "moderado" del PNV. Sobre la voluntad real de otras formaciones nacionalistas vascas y catalanas, no es preciso ilustrar. El problema no radica en esa voluntad. Es coherente con la idiosincrasia del nacionalismo. El problema se encuentra en el otro lado de la línea.

Frente a esa declarada voluntad de deconstruir el Estado: ¿Cuál es el modelo de Estado que defienden los partidos nacionales? ¿Cuáles son los límites que se consideran insalvables? ¿Existen esos límites? A esta situación se ha llegado por responsabilidad compartida. Ni PP ni PSOE han tenido en los últimos treinta años de democracia la visión de Estado necesaria para fijar esos límites. Pero hoy esa pregunta interroga con especial tensión al PSOE. Mientras, el ciudadano tiene motivos para estar confuso

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