Por
  • Julio José Ordovás

Vil metal

Monedero con billetes
Vil metal
Pixabay

La imagen del tío Gilito zambulléndose en una montaña de monedas doradas y billetes verdes como lechugas es cosa del pasado. 

La pandemia ha acelerado la desaparición del dinero contante y sonante, del cash, de la calderilla y de aquellos billetes sucios y arrugados que salían siempre en las novelas policiacas, y mucha gente ya ha optado por pagar hasta el cortado con leche de soja o de avena o de lo que sea del desayuno con la Visa o con Bizum. Es más cómodo y desde luego es mucho más aséptico.

Puede que el dinero en efectivo no huela, como decía el emperador Vespasiano, pero mancha y es portador de infinidad de gérmenes, por más que lleve impreso el lema de los Estados Unidos de América, ya saben, ‘In God We Trust’.

Controlando nuestros movimientos bancarios, el Estado nos tiene totalmente controlados, por eso le interesa invisibilizar el dinero.

El que no tiene din no tiene don. Nos lo decía el padre Vicente en el Seminario, y yo no lo he olvidado nunca. Por muchas licenciaturas, doctorados, másteres, grados, posgrados, títulos, diplomas, medallas, copas y copones que uno pueda exhibir en su currículum, si no tiene un chavo en la cuenta corriente ni un miserable billete debajo del colchón, no es más que un paria, un piernas.

Si todavía queda por ahí algún lector de Galdós, seguro que se acuerda de Rosalía, la de Bringas, víctima de la locura crematística y del pago a crédito en el Madrid de la Restauración, cuando España comenzaba a modernizarse y se extendía el culto a las apariencias. Pobrecita Rosalía, que ignoraba que Torquemada, el prestamista, siempre cobra sus deudas, como el diablo y como el banco.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión