Cementerios

Cementerio de Torrero en Zaragoza.
Cementerios
Francisco Jiménez

Hoy es el día de Todos los Santos y serán muchos los que acudan a los cementerios a recordar y honrar a sus difuntos. 

Ejemplar tradición. Pero yo, siempre que puedo evitarlo, procuro no subir al cementerio. Me horrorizan los cementerios. El otro día se publicó en este periódico que unas 700.000 personas han sido enterradas en Torrero durante sus dos siglos de historia. Los restos de la gran mayoría descansan ya en la fosa común. O sea, que cuando subimos al camposanto, debajo de nuestros pies, hay 700.000 cadáveres que me recuerdan el verso de Dámaso Alonso que abría ‘Hijos de la ira’: "Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres". Pero don Dámaso hablaba en sentido figurado y lo del cementerio es verdad. Y aún hay amigos que dicen que les da mucha paz pasear por el cementerio. A mí me daría mucha paz que el Zaragoza ganara la Champions o que me regalaran la primera del Quijote. Pero, ¿pasear por el cementerio, sabiendo que bajo tus pies se han podrido casi los mismos habitantes que hoy tiene Zaragoza? ¿Eso da paz? Pues sí, aunque parezca increíble, hay gente a la que le gustan los cementerios. Fue el caso del poeta Luis Ram de Viu, todo un personaje zaragozano de los años de la Restauración, que pasaba en Torrero horas y horas contemplando las macabras ceremonias de las exhumaciones y visitando tumbas y sepulcros, experiencias que reflejaría en su libro ‘Flores de muerto’, publicado en 1887. Se le conocía como ‘el poeta de los muertos’ y Eduardo de Ory dijo de él que más que en su casa tenía su domicilio en el cementerio. Para gustos, los colores.

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