Lilith y el banco, sin conocimiento

Lilith Vestrynge
Lilith Vestrynge
EFE

Son dos especies de populismo: la refinada es un vídeo. La torpe, un discurso.

Un vídeo redondo

El vídeo es perfecto: encuadres, movimiento de cámara, luces, cambios de plano, profundidad de campo, dirección de actores, edición, montaje, música, sonorización. Es breve y habrá costado un buen dinero. Se basa en el valor de la enseñanza y en lograr las metas mediante ‘las cuatro ces’. Hay otros vídeos complementarios, en los que aparecen padres y alumnos opinando. El mecenas, es casi invisible, de modo que apenas parece implicado.

Es un banco poderoso (La Caixa) que patrocina otras iniciativas de cultura a través de su fundación. Por ejemplo, la versión digital del Diccionario de la Lengua Española, publicación insignia de la Real Academia. Millones de visitantes , al consultarlo, ven el colorido tricolor de Miró: la estrella azul de mar, el puntito solar y la bola roja, de arriba abajo. (Hay quien explica que un hombrecito mediterráneo mete una moneda en la hucha). Medió en aquel trato bien discurrido una potente marca norteamericana y desde entonces la publicidad corporativa de la entidad raya en lo impecable.

Impecable es el anuncio: presenta un aula impecable, con niñas y niños impecables y con una maestra impecable que se desempeña impecablemente. Son todos guapos y aseados. Visten con sencillez y decoro. Se sientan con compostura, mezclados sin acepción de sexo, etnia o religión (la variedad de personajes se ofrece sutilmente, sin subrayados visuales).

La profesora les habla con entonación pausada y suave y un punto de ensoñación. El mensaje que les dirige acaricia sus mentes, prende su atención. Mientras les habla, pasea entre los pupitres y atiende a los escolares al tiempo que los ayuda –elogia un dibujo al paso, recoge una chaqueta del suelo–, sin detener el discurso, que versa sobre el poder que adquirirán los discentes si se hacen con el control de ‘las cuatro ces’.

Por si los pesares que acarrea la legislación de enseñanza fueran pocos, predicadores espontáneos y superficiales aportan su grano de arena al marasmo conceptual

Populismo empalagoso

En un momento dado, dice, en tono de confidencia sugestiva: "Nos costó mucho aprender que entender las cosas era infinitamente mejor que memorizarlas. Que dejaros hacer era mucho más útil que obligaros a ser. Los compañeros no compiten, sino que trabajan en equipo. ‘Solo es progreso si progresamos todos’". Crea entusiasmo cooperador en los alumnos.

Pero quizá un docente veterano no comparta ninguna de las cuatro afirmaciones. Por un lado, ¿por qué la profesora opone tan llanamente entender a memorizar? ¿Qué hay que entender en la lista de capitales del mundo, de los reyes de España, de los huesos del cuerpo o de las distancias siderales? ¿Qué hay que entender para memorizar fechas trascendentales, como 1492, 1789, 1917 o 1931? Es nocivo (y, además, romo) dar a elegir entre comprensión y memorización, como si se excluyesen.

También es falaz contraponer dejar hacer y obligar a ser. La creación y la disciplina. Sofisma flagrante. La higiene y los modales infantiles, por ejemplo, requieren de cierta provechosa coerción.

Hay muchos trabajos en equipo la trabazón de cuyos miembros para lograr objetivos compartidos exige obviamente un grado de competencia entre ellos; pongamos que para determinar y saber quién hace mejor tal tarea, antes de asignarla a uno u otro.

Y es falso también que no haya otro progreso que el universal (‘de todos’), salvo si se busca el imposible de un progreso absoluto.

Populismo desmañado

Casi se da la mano esta ideología banquera de refinado diseño con la aversión exhibida por Lilith Verstrynge Revuelta, secretaria de Estado (90.000 €, mínimo) en el ministerio de Ione Belarra, contra la meritocracia. No sabe qué es. Hay meritocracia si los puestos se dan por méritos personales. Verstrynge la confunde con dos cosas conexas, pero distintas: la autoexigencia y la igualdad de oportunidades. Según esta política, la meritocracia es cuando "dicen que tienes lo que mereces y que si no lo consigues es tu culpa". Y "la igualdad de oportunidades es un cuento para justificar el sálvese quien pueda". Le irrita mucho que en los "sectores progresistas" tenga fuerza esta idea de que debe progresarse por méritos propios y no por genealogía. Ella, que se llama como se llama e ignora qué es un empleo fuera de la política y su dedazo. Qué barullo mental.

La joven podemita hace un repudio infantiloide de dos cosas que los del banco ni mencionan: la exigencia y el esfuerzo. "La cultura del esfuerzo y la meritocracia generan la fatiga estructural y la epidemia de ansiedad en la que estamos". (Un ‘estamos’ mayestático. Lilith ha ido al médico hace poco y le ha diagnosticado estrés).

El banco propone cuatro ces salvadoras: criterio, creatividad, colaboración y comunicación. Y, como Verstrynge, se deja la principal: conocimiento. Por si los jóvenes no tuvieran bastante empacho con el ruido ambiente, se les sirven dos postres, empalagoso uno y otro envenenado.

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