Por
  • Carmen Puyó

El ajedrez y sus misterios

Imagen de archivo.
El ajedrez y sus misterios
Pixabay

Aunque el ajedrez se ha puesto popularmente de moda en los tres últimos años, gracias a la estupenda serie de televisión ‘Gambito de dama’, somos legión los que no hemos olvidado la importancia que en el pasado tenía dicho juego para el público normal y corriente y, sobre todo, el eco que del mismo se hacían los medios de comunicación.

Muchos recordamos haber jugado, en algunos casos muy bien, y que su tablero y piezas, como el de las damas y sus fichas, eran de presencia obligada en las casas. Fischer, Spassky, Karpov o Kasparov son nombres que forman parte de nuestra memoria.

Pere he aquí que hemos llegado a la tercera década del siglo XXI para descubrir lo que ya intuíamos: que ni poseer una gran cultura ni una inteligencia sobresaliente nos libran de ser malas personas. Léase: retorcidos, calculadores, egoístas, envidiosos. Y sigan ustedes. Llevo varias semanas asistiendo al increíble caso de dos ajedrecistas que, campeonatos ganados al margen, están considerados lo más de lo más en la materia. El uno, el noruego Magnus Carlsen. El otro, el estadounidense Hans Nieman. Solo ver sus fotos y apreciar cómo se miran o se saludan da miedo. Peor que el retrato de un ‘serial killer’. Todo comenzó con acusaciones de trampas -Nieman admitió que siendo menor hizo trampas en internet- y siguió con la sospecha de que el más joven, Nieman, se introduce unas bolas en el recto que le dan señales con las que acertar cada movimiento de ajedrez. No sé en qué acabará todo, pero el espectáculo que ambos están dando no lo supera ni la televisión de Berlusconi, ni Vasile ni ‘Sálvame’. 

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