Director de HERALDO DE ARAGÓN

Aquel PSOE del 82

Felipe González y Alfonso Guerra saludan desde uno de los balcones del hotel Palace a los seguidores y simpatizantes del PSOE, tras conseguir el triunfo en las elecciones legislativas
Aquel PSOE del 82
EFE

Puede que, tal y como ha expresado Alfonso Guerra, el PSOE de hoy sea "otro partido" que poco o nada tiene que ver con aquel que ganó las elecciones de 1982. 

No hay duda de que aquella España, que con la victoria socialista del 28 de octubre afianzó la Transición, inició un indiscutible proceso de transformación –al que han contribuido los diferentes gobiernos de PSOE y PP–, que nos ha situado en el reducido grupo de las democracias consolidadas.

Con la ganancia de perspectiva que conceden 40 años, la victoria socialista del 28 de octubre de 1982 adquiere una dimensión histórica

Transcurridos 40 años de aquellas elecciones, de la fotografía en blanco y negro de Felipe González y Alfonso Guerra saludando desde la ventana del Hotel Palace, y pese a que el oficialismo de Ferraz insiste en que el partido de Pedro Sánchez es "el mismo que hace 40 años" y que son otros los que "se han movido", resulta innegable que el PSOE ha sufrido las consecuencias directas del ejercicio del poder político. 

El PSOE de hoy no es el del 1982. Internamente, el debate, tal y como en repetidas ocasiones se ha ocupado de advertir Felipe González, no fluye con la normalidad del pasado. El resultado de la crisis interna que sufrió el Partido Socialista en 2016 forjó un nuevo modelo de gobierno interno que apagó las corrientes, consideradas algo tan natural como definitorio en el ser de un partido acostumbrado a poner las cosas difíciles al secretario general, generando un liderazgo próximo al presidencialismo. Pese a que la escenificación de la cicatrización de las heridas ha sido representada en varias ocasiones, la pérdida y posterior recuperación del poder orgánico por parte de Pedro Sánchez ha quedado grabada a fuego en el nuevo ser de este PSOE del siglo XXI. Las discrepancias, las diferencias frente a la uniformidad que defienden y describen por igual Moncloa y Ferraz, han sido apartadas y solo se escuchan, en ocasiones, desde el poder territorial que dibujan las baronías del partido. La condición casi icónica del liderazgo de Felipe González, engrandecida con el transcurso de los años y construida sobre el congreso de Suresnes, que terminaría dando paso a un partido que abrazó la socialdemocracia que existía en Europa, ha generado una percepción en exceso pragmática que flirtea con el sobresalto cuando entran en juego las matemáticas parlamentarias.

Aquella España y aquel PSOE guardan una relación muy tangencial con la realidad que hoy describe la política

Aquella rotunda mayoría de 202 diputados, con cerca de diez millones de votos que dieron la victoria a Felipe González mientras se consolidaba el bipartidismo (Alianza Popular se convirtió, con 107 escaños, en el primer partido de la oposición, dejando a la UCD de Landelino Lavilla, con 11 diputados), fue el resultado de una conexión con una sociedad que se expresaba dispuesta a dejar atrás la dictadura y que, legislatura tras legislatura, concedió al PSOE la responsabilidad de saberse un partido de Estado.

El Partido Socialista del 82, con sus luces y sus sombras, también protagonista de profundos desmanes que marcarían su progresiva separación con una parte de su electorado natural, tuvo la fortuna de tener ante sí un país por construir. Sin tantas urgencias y sin las cesiones que hoy desdibujan al PSOE, Felipe González dio forma a un partido cuyas señas de identidad aún están muy presentes en el imaginario de la política nacional. La frase pronunciada por Alfonso Guerra que aseguraba que la gestión socialista cambiaría España de tal forma que no reconocería al país "ni la madre que lo parió", sirve para interrogarse sobre qué ha sido de aquel PSOE que llevó al poder a Felipe. 

miturbe@heraldo.es

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