Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Éxito colectivo de país

Éxito colectivo de país
Éxito colectivo de país
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En sus 143 años de historia, el PSOE ha vivido múltiples ‘actualizaciones’. 

La primera ya surgió en la época fundacional: su primer programa asumía el marxismo aspirando a la nacionalización de la propiedad, pero inmediatamente reclamaba el derecho de asociación, de libertad de prensa y de sufragio universal. Más tarde, se entusiasmó con la revolución soviética de 1917, pero acabó colaborando con el dictador Primo de Rivera. Y en el periodo de la Guerra Civil aún se intensificaron más esos giros programáticos. La retahíla de ‘aggiornamentos’ alcanzó un punto álgido con Felipe González en los años setenta. Fue él quien devolvió al PSOE la ocasión de gobernar con su audaz maniobra para borrar el culto al marxismo en 1979. González y Alfonso Guerra fueron capaces de encabezar un proyecto progresista, modernizador y homologable con el resto de los partidos socialdemócratas europeos.

La etapa de José Luis Rodríguez Zapatero fue la de la vacuidad ideológica e intelectual. "Pensamiento Alicia", lo definió ingeniosamente el filósofo Gustavo Bueno. Acabó con el PSOE del proyecto político de la Transición, basado en el consenso, y desarrolló la estrategia de asumir como propias, paradójicamente, las tesis de los nacionalismos periféricos.

Celebra hoy el PSOE su victoria de 1982. Lideró entonces un proyecto para europeizar España hasta el punto que "no la iba a conocer ni la madre que la parió" (Guerra)

En 2022, casi medio siglo después del congreso de Suresnes, aquellos que se hicieron con el control del partido han desaparecido o se han convertido en incómodos ‘jarrones chinos’ (según Felipe González). El PSOE está en manos de una nueva generación que no vivió la Transición. Ha rejuvenecido, sin duda, pero ya no se le percibe con una identidad diferencial. El tacticismo lo ha desdibujado. Hoy solo parece una obsoleta maquinaria dedicada en exclusiva a mantener el hiperliderazgo de Pedro Sánchez.

El partido socialista, no obstante, siempre tendrá en su hoja de servicios el haber lanzado un proceso de renovación del país como nunca antes se había vivido. Felipe González, como ha escrito Javier Cercas, ha "contribuido infinitamente más a mejorar la vida de sus conciudadanos que cuantos, desde todos los confines del espectro ideológico, continúan abominando a diario de él".

Más allá de las celebraciones internas del PSOE, el conjunto de la sociedad española debe congratularse de estas cuatro décadas de éxito colectivo. España es un país desarrollado y con una gran calidad de vida, que ha sido puesto como ejemplo de tolerancia en materia ideológica, sexual y religiosa, y que ha alcanzado un asombroso grado de modernidad en pocas décadas. Sufre lacras como el deterioro institucional y la precariedad laboral, pero todos los problemas se resuelven a través de la ley y el debate.

Tan cierto es que el partido ha envejecido como que el país se ha modernizado como nunca

España ha adquirido, pues, un claro protagonismo como potencia media. No tiene poder duro, el de la fuerza de las armas, pero destaca como actor internacional por su poder blando, el que hace referencia a las ideas, la cultura y su atractivo modo de vida. Detrás de este salto están una admirada transición democrática, la pertenencia a la UE, la Expo de Sevilla, los Juegos de Barcelona, el cine de Almodóvar, la proyección de grandes empresas como Zara o Telefónica, nuestro sistema público de salud, el AVE, la Expo de Zaragoza, cocineros como Ferrán Adriá o Dabiz Muñoz, las operaciones de paz del Ejército, las becas Erasmus, los éxitos deportivos… Además, cuenta con un activo extraordinario: ya hay casi 500 millones de hablantes nativos del español en todo el mundo, según el anuario que el Instituto Cervantes ha presentado esta semana.

La sociedad española, a caballo del patriotismo constitucional que propugnan Habermas o Savater, debe celebrar estos cuarenta años de avances. Se han cometido errores, pero el balance es claramente positivo. Y así debe proclamarse porque una nación es, básicamente, un relato. Al igual que ocurre con la Historia, no es inmutable, sino que tiene un sentido de narración y no de verdad revelada. Por eso los españoles debemos ser los primeros en ser conscientes de dónde venimos, dónde hemos llegado ya y cuál es nuestra próxima estación de destino.

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