Aquel Vive Latino en la Expo de Zaragoza constituyó la primera experiencia festivalera para buena parte de su público, incluidas unas cuantas personas con mando en plaza que disfrutaron de los conciertos y de todo lo que los rodea.

Qué mejor que conocer las cosas para apreciarlas. Así que esa satisfacción puede ser una buena cosa para el futuro de este festival y, por extensión, siendo optimistas, para toda la música en directo en la ciudad.

El Vive Latino era también la primera oportunidad para otra parte importante del público, latinoamericanos que han pasado por el trauma de la emigración o el exilio y que se hicieron sentir en las primeras filas, de gozar en España con los grupos de su vida reunidos en el mismo recinto y en unas horas. Y fue además una rara ocasión, para los nativos, de apreciar lo viva y desacomplejada, y rabiosamente actual, que es la escena musical al otro lado del Atlántico.

Casi todos los balances insistieron en su éxito. Pero los macrofestivales, aun aquellos que nacen con una idea artística que los diferencia claramente y cuentan con personas muy experimentadas en la organización, precisan de años de rodaje y músculo financiero para consolidar su negocio. 

El Monegros Desert, resucitado en 2022 tras ocho años de parón, consiguió poner a bailar el pasado 30 de julio a más de 50.000 personas en el desierto fragatino; no obstante, la empresa de los Arnau se lo ha pensado muy mucho antes de volver a convocarlo para el próximo verano, anuncio que no llegó hasta la tarde de ayer, encuesta de satisfacción entre su clientela mediante.

En el caso del Vive Latino, aunque la taquilla fue discreta, se aseguró a su término que en pocos días se comunicaría la celebración de la siguiente edición. Van pasando las semanas. De su matriz mexicana ya sabemos buena parte del cartel. A ver si aquí hay segundas veces.