Crear como el primer día
La creación está prohibida en gran parte del mundo.
Crear es como creer pero con ‘a’: el baile de una vocal vale un mundo o dos. La creación da miedo o produce inquietud. Y si no da miedo o produce inquietud, no es creación; es recreación. Miedo e inquietud en sentido sano, eso sí. La creación del primer día produjo un estallido incomparable (al menos hasta que a Putin se le vaya la mano. A Putin o a quien sea, que todo es muy confuso y muy automático). Del gran estallido que está ahora de moda, el ‘Big bang’, puede venir esa rémora de que la creación da miedo o causa inquietud: en tanto en cuanto evoque o recuerde aquella remotísima y cegadora primera vez. Tanto el origen que proponen las diversas religiones en sus múltiples temporadas y episodios como las hipótesis sugeridas por la ciencia (y creídas con la misma fe que antes profesábamos a las anteriores), todas entrañan un gran susto, un demiurgo, un temblor. Si no, de qué nos íbamos a acordar a estas alturas, con la de cosas que pasan. Y más en Aragón, campeón de la espera en general. La creación, aunque sea un poema de dos líneas o un garabato casual –pero nada es casual–, siempre da algo de miedo o inquietud. La creación está prohibida en gran parte del mundo. O quizá en todo el mundo. Y si no está expresamente prohibida, está mal vista, es sospechosa. Este recelo viene de ese origen (que quizá no lo hubo pero eso sería otro cantar y otro callar), y de pensar o presentir que si un poema da con la fórmula pueda empezar todo de nuevo. Con el gasto que supone.