Zaragoza y el veranillo del Pilar

Los fuegos artificiales pusieron fin, el domingo, a las fiestas del Pilar.
Los fuegos artificiales pusieron fin, el domingo, a las fiestas del Pilar.
Francisco Jiménez

Sea o no Zaragoza la mejor ciudad del mundo, lo cierto es que aquí disfrutamos de un raro privilegio.

 En nuestra ciudad el curso comienza más tarde. Ya sea el curso académico o el político o el económico. O, en fin, el curso vital, esa ‘rentrée’ que sigue al verano, que a algunos les cuesta insondables amarguras y que señala que, después del descanso y del jolgorio, toca otra vez no solo ponerse a trabajar con ahínco sino tomarse a pecho los problemas y las cuitas. En Zaragoza el verano vacacional también termina en septiembre, como en todas partes, pero aquí hacemos trampa. Amagamos un comienzo de curso, los niños y los jóvenes vuelven a clase, los políticos se ponen medio serios y todos empezamos a dar vueltas a las incertidumbres y a todo lo demás. Pero no es verdad, es una ‘rentrée’ de pega, porque sabemos que a la vuelta de la esquina están las fiestas, las del Pilar, y que tenemos ahí una prórroga para las ensoñaciones y las diversiones, un ‘veranillo’, un nuevo paréntesis de la realidad que los demás no tienen. Las fiestas del Pilar son un parapeto, un colchón que nos protege a los zaragozanos y nos permite un aterrizaje más suave en la cotidianidad descarnada de los días de diario. Cuentan los viejos que hubo alguna vez una Corporación municipal que, sin duda en un momento de desvarío, se planteó cambiar las fechas de las fiestas mayores, porque en octubre a veces hace frío, sopla el cierzo y hasta llueve. ¡Qué gran error hubieran cometido! Este año, desde luego, hemos tenido sol y buen tiempo. Pero todo se acaba, ayer llegó la tormenta. Hace falta que llueva. Pero que no sea un presagio.

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