Alegrías

Alegrías
Alegrías
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Sé que a ella no le hacía especial ilusión celebrar su cumpleaños. 

Lo sé porque es mi madre y la conozco, aunque no tanto como ella me conoce a mí. La verdad es que a sus noventa años sigue sorprendiéndome. Puede que en el fondo le ilusionara que pudiésemos reunirnos alrededor de una mesa la pequeña familia que ha ido a menos con el transcurrir del tiempo. El día del Pilar sí quiso celebrarlo, tal vez por ser una fiesta comunitaria y por tanto muy significativa, y me pidió que comprase ternasco para asar con patatas. Hacía tiempo que no cocinaba pues los fogones siempre han ocupado un segundo plano en su lista de prioridades. Nada más levantarse, se sentó en una banquetita baja y se puso a pelar patatas como si estuviera junto a un hogar. No sé cómo consiguió luego levantarse de tan incómodo asiento pues llevaba unos días con un dolor de cadera que casi le impedía andar. Los antiinflamatorios se los había tomado sin rechistar a pesar de ser, como buena boticaria, bastante reacia a las pastillas. Su cumpleaños lo celebraríamos en un restaurante, de eso me encargaría yo, quisiera o no quisiera ella darse ninguna importancia. Yo estaba leyendo 'Un secreto y otros cuentos', precioso libro de Severino Pallaruelo (recién editado por Xordica) que habla de un mundo rural que agonizaba cuando se escribieron, hace treinta años, y que ya solo existe en nuestro imaginario. Me embargaba una dulce melancolía otoñal. Viendo a mi madre pelar patatas reviví ese mundo antiguo de pocas pero intensas alegrías, mucho trabajo, y una gran dignidad.

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