Cien años de la consagración de Cruz Laplana

El obispo Laplana
Cien años de la consagración de Cruz Laplana
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No es la primera vez que hablamos aquí del obispo Cruz Laplana Laguna, infanzón nacido en Plan, en Casa Alonso, en 1875. 

El folleto que se imprimió con motivo de la consagración episcopal de Cruz Laplana en el Pilar de Zaragoza, en 1922, nos permite conocer cómo era el ceremonial en esa época

Era, pues, chistavino y, por tanto, doblemente aragonés. Antes de ser nombrado obispo de Cuenca en 1921 (por intervención directa de su primo Vicente de Piniés, ministro por entonces de Gracia y Justicia) fue cura ecónomo en Caspe y párroco de la Iglesia de San Gil de Zaragoza, ciudad que le concedió su medalla de oro en 1922. Sobre Laplana, que en su condición de infanzón también fue miembro de la Real Maestranza de Caballería de Zaragoza, escribió en 1943 un libro muy raro Sebastián Cirac, sacerdote caspolino y catedrático de la Universidad de Barcelona, cuya familia padeció en la guerra lo más parecido a un exterminio: nueve de sus miembros, entre ellos sus cuatro hermanos y su cuñado, católicos a marchamartillo, fueron asesinados en Caspe. Cirac, de quien con ese historial nadie puede suponer que tratara de tergiversar los hechos, cuenta en ese libro, ‘Vida de don Cruz Laplana, obispo de Cuenca’, que el obispo intervino siempre en política y que, gracias a sus gestiones "como consejero supremo" de la "política patriótica en la provincia", en noviembre de 1931 las derechas obtuvieron en Cuenca un gran triunfo electoral. Las labores de organización y propaganda de esa política fueron encomendadas por el obispo al canónigo y rector del seminario Joaquín María Ayala, "varón de carácter probado a hierro y fuego". Durante toda la República, Laplana siguió trabajando en favor de los candidatos de la derecha y, según Cirac, José Antonio Primo de Rivera se presentó por Cuenca a las elecciones de febrero de 1936, "por voluntad expresa del señor obispo". Unos milicianos lo asesinaron el 8 de agosto de 1936 junto con otro sacerdote aragonés, mosén Fernando Español, de Anciles, hermano de su cuñado, que lo había acompañado hasta Cuenca. Su primo hermano, mosén Manuel Laplana, que había sido profesor en el seminario de Barbastro y en quien don Cruz había descargado las labores de administración y mayordomía, sería también asesinado tres días más tarde. Como lo fue el canónigo Joaquín María Ayala, el día 18 de aquel mismo mes. Benedicto XVI acabaría beatificando a Laplana y a otros muchos asesinados, en 2007.

La biografía de Cruz Laplana resulta singular y trágica

Con ser rara la biografía de Laplana escrita por Cirac, el folleto verdaderamente difícil de localizar es el que se imprimió con motivo de su consagración episcopal en el Pilar de Zaragoza, el 26 de marzo de 1922, por el cardenal-arzobispo Soldevila, asistido del obispo de Barbastro y del obispo auxiliar de Zaragoza, con Vicente de Piniés y su tía Victorina Ortiz, viuda de Laguna, como padrinos. El folleto, pulcramente editado a dos tintas y con dibujo en la cubierta de Albareda, es de obligada lectura para conocer cómo era el ceremonial y el ritual –el "indicador litúrgico", como se le llamaba– para la consagración de un obispo de la época. Las vestiduras e insignias episcopales (que hasta las hubiera envidiado la reina Isabel II en su funeral) eran, entre otras, las siguientes; las ‘cáligas’, adorno de los pies del obispo cuando celebra el Pontifical, la ‘cruz pectoral’ (que se la ponía al nuevo obispo el padrino), la ‘tunicela’ y la ‘dalmática’, los guantes, el anillo, el báculo… y, desde luego, la mitra, o "corona del príncipe". Se utilizaban tres clases de mitras: la ‘simple’, de lino, seda o lana, con una cruz bordada en medio de ambas caras la ‘aurifrigiada’, tejida o bordada ligeramente en oro, como se usó en Frigia; y la ‘preciosa’, con perlas o pedrería, que llevaba bordado el triángulo, emblema de la Santísima Trinidad. También llevó Laplana el ‘manípulo’, una especie de pequeña estola sujeta al antebrazo izquierdo, que el Concilio Vaticano II envió al baúl de los trastos viejos. Al obispo lo revestían sus familiares y, tras la unción de la cabeza del nuevo obispo con el santo crisma, el padrino se la limpiaba "con miga de pan". Todo un gran espectáculo, que hoy, si nos descuidamos, sería televisado en directo. En cualquier caso, qué lejos estaba Laplana aquel día de marzo de 1922, probablemente el día más importante de su vida, de imaginar cuál sería su trágico final catorce años más tarde.

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