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Una heroína en la parada del bus 

Foto de una parada de bus en Zaragoza
Una parada de bus en Zaragoza
Francisco Jiménez

La mujer llega apresurada a la parada del autobús con un carrito de la compra. Otra señora la saluda afectuosamente y se interesa por saber cómo le va la vida. Su gesto delata que no muy bien, y no solo porque sigue echando de menos a su marido, fallecido hace un año.

"Mi día a día es un no parar. Acabo de dejar en el colegio a mi nieta y ahora voy a casa de mi hermano. Vive con mi padre, que cada día está más deteriorado por la demencia que padece. Llevo la compra para hacerles la comida y me ocupo de asear a mi padre y de la limpieza del piso. Regreso deprisa para recoger a mi nieta en el colegio y darle de comer en mi casa. Lo lógico sería que utilizara el servicio de comedor escolar, pero mi hija y mi yerno van tan justos que prefiero echarles una mano", explica a su interlocutora, quien acierta a decirle que admira su determinación, pero debería cuidarse más porque la ve muy acelerada.

"Es que me pasa como a las bicicletas: si me paro me caigo", bromea. Pero de nuevo una sombra de tristeza cruza su rostro: "Lo que llevo muy mal es esto, las interminables esperas en la parada del autobús por la permanente huelga en horas punta, justo cuando tengo que usarlo. Y no me puedo permitir coger un taxi cuando voy mal de tiempo. La pensión no da para tanto, y menos ahora que el recibo de la luz se lleva un cuarto de mi mensualidad".

El bus asoma por fin por la esquina lleno a rebosar. Varios viajeros se apean y la heroína anónima de la parada se despide de la conocida y sube al transporte público con el pesado carro de la compra. El cielo sigue girando gracias a personas como ella… y a pesar de quienes ponen palos en sus ruedas.

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