Después de sufrir uno de los veranos más secos desde que hay registros, con olas de calor encadenándose una tras otra, Aragón afronta el otoño con los pantanos sin apenas reservas de agua. La cuenca del Ebro acaba de cerrar su quinto año hidrológico más seco de la serie histórica. Entre el 1 de octubre del 2021 y el 30 de septiembre del 2022 ha llovido un 13% menos que la media de los últimos cinco años. Como no es posible saber cuánto durará esta sequía ni si las lluvias que lleguen serán suficientes para recuperar los niveles históricos de agua almacenada, se impone una respuesta coordinada entre todos los agentes que intervienen en la gestión y el uso de los recursos hídricos. Atendiendo al criterio de los científicos hay que mitigar las consecuencias del cambio climático, adaptarse a lo que ya ha cambiado y gestionar los riesgos previsibles. 

La Comunidad encara el nuevo año hidrológico con solo un 37% de agua almacenada, que en el caso de los grandes pantanos del Pirineo cae a porcentajes prácticamente de ‘embalses muertos’, como es el caso de Yesa, con un 12%, y Mediano, con un 16%. Un porcentaje que baja hasta el 6% en Búbal, en la cabecera del río Gállego. Los regantes confirman que ha sido un año «dramático» desde el inicio de la campaña por la escasa dotación de agua para sacar adelante los cultivos de verano.

Como los especialistas advierten que es muy difícil prever hasta dónde llegarán las consecuencias del cambio climático, lo conveniente sería prepararnos para más años secos. Sin caer en el catastrofismo, es preciso trabajar con una actitud preventiva y racional adoptando nuevas medidas de ahorro y de uso más eficiente del agua. Aragón, donde la agricultura ha representado y representa un vector económico fundamental, debe ser pionero en adaptar los regadíos a un contexto de mayores limitaciones hídricas.