Por
  • Isabel Pérez

Somos muchas

Mujeres con velo en Teherán.
Mujeres con velo en Teherán.
Abedin Taherkenareh / Efe

Negro sobre negro’ fue uno de los primeros libros que leí para preparar mi estancia en Irán. 

En él, Ana M. Briongos presenta un país de contrastes a través de sus gentes, sus historias personales, su vida. Compré este cuaderno de viajes porque su autora es una mujer, un punto de vista indispensable porque no es lo mismo viajar sola como mujer que como hombre a un país como la República Islámica de Irán.

La llegada al país de los ayatolás resultó impactante. Teherán es una gran urbe al pie de las montañas, la mayoría de las personas que observaba acudiendo a la universidad y por las calles eran mujeres, pero la sola presencia de un hombre del régimen ensombrecía la existencia de cien de ellas. El primer día que me dirigí al Instituto Dehkhoda para estudios persas noté cómo, de repente, algo me golpeaba fuertemente en mi brazo. Me giré y vi a un hombre elevando el brazo ante mí y gritando palabras incomprensibles para mí en farsi. Estaba a dos metros del instituto y eso, y la expresión desconcertada de mi rostro, parece que le hizo entrar en razón: una nueva extranjera en territorio islámico a la que el velo se le había deslizado hacia atrás. A partir de entonces decidí usar el ‘maknae’, un pieza única de tela con un agujero para sacar la cara que cubría perfectamente cabeza y cuello.

En casa todo cambiaba, velo fuera, ropa ceñida, corta, moderna y de colores para recibir a amigos y parientes, para celebrar fiestas, con alcohol y música alta, bailar, gritar… La vuelta a casa se debía hacer en coche, ventanas arriba y con el velo bien colocado, el ‘mantó’ (vestimenta que debía cubrir mínimo por encima de las rodillas y tres cuartos del brazo) a mano, por si acaso.

Se me ocurrió preguntar cuáles eran las condiciones que se tenían que dar para poder albergar semejante algarabía de fiesta. «Caer bien a la poli», me insinuaron, y evitar días sagrados como el mes de Muharram o Ramadán.

Treinta años después de implantarse un sistema islámico en Irán, las cosas habían cambiado. Contaban que los códigos se habían relajado en su justa medida, que ahora podías pasear con un hombre por la calle o quedar en una cafetería. La resiliencia de las mujeres era tal que los escaparates de las tiendas de moda brillaban con los mantó y chaquetas largas de colores vivos y alegres.

Entre las visitas a lugares peligrosamente transgresores recuerdo con cariño dos, un café LGTBIQ+ donde, además del buen ambiente y el buenísimo café que servían, ponían buena música y una librería que terminó siendo la tapadera de un partido comunista iraní para vender libros marxistas de forma clandestina. Por el contrario, uno de los lugares por los que, desgraciadamente, debía pasar cada día, la cárcel de Evin, seguía causándome desasosiego, desconcierto y, sí, miedo. La prisión de Evin en Teherán es conocida como ‘la Universidad’ porque en su interior languidecen profesores, escritoras y jóvenes activistas.

En cuestión de un año ya no quedaba ninguna de mis grandes amistades en Irán. Uno se marchó a Cuba a estudiar cine, otra a estudiar Filología a México… Me siento algo ‘culpable’ porque yo fui quien les enseñó español. La huida no era fácil, eso sí, tenían el apoyo de sus familias que habían visto todas las esperanzas puestas en una revolución contra el sha convertidas en otro tipo de opresión. Esta frustración y odio hacia el régimen de los ayatolás provocan hasta hoy el sentimiento inverso y exaltado de amor hacia Estados Unidos o, incluso, hacia Israel.

Hoy, decenas de periodistas y manifestantes están de nuevo sufriendo arrestos e interrogatorios en Evin, además del cierre de sus cuentas en redes sociales. Al menos 76 manifestantes han muerto disparados por la policía. El asesinato de Mahsa Amini, de 22 años, después de ser detenida por la policía de la moral por no observar apropiadamente la ley del código de vestimenta ha vuelto a prender la llama por la libertad que tantas y tantos jóvenes desean. Les acompañan también personas mayores. El velo es el símbolo de la esclavitud en Irán y la opresión no puede durar para siempre, sobre todo cuando «somos muchas», como dicen las manifestantes en sus redes sociales. «El patriarcado no sólo no acepta la igualdad de sexos, también le cuesta entender los principios de la democracia y su esencia. Las mujeres son las víctimas de esta cultura patriarcal, pero también son sus portadoras», como dijo la iraní Shirin Ebadi, premio Nobel de la Paz.

Isabel Pérez es periodista y ha trabajado como corresponsal en Oriente Próximo

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