Populismo frente a liberalismo

Italia ha vuelto a dar un golpe de timón en las urnas. La ultraderechista Giorgia Meloni está camino de convertirse en la primera mujer en asumir el gobierno en la historia de la República Italiana al frente de una coalición conservadora que se ha impuesto claramente. Bruselas y Washington han mostrado su predisposición a colaborar con el nuevo Ejecutivo de Roma, a pesar de las raíces neofascista de Meloni y de que durante años ha forjado su imagen exhibiendo su escepticismo antieuropeísta y su nacionalpopulismo beligerante. La líder de Hermanos de Italia se ha mostrado más moderada en la campaña. Si aspira a encabezar un gobierno menos efímero que la mayoría de los que habido en Italia, debe entender que no puede enfrentarse a una UE que provee generosas ayudas económicas, más aún en plena guerra energética con Rusia.
Los votantes italianos han puesto sus ojos en la única candidata que no ha formado parte de los fracasados gobiernos anteriores. Italia no es un país de neofascistas sino de ciudadanos cansados con unos partidos incapaces de satisfacer sus necesidades en un mundo cargado de incertidumbres y de cambios. No obstante, votar a Meloni sitúa a Roma en la órbita de la derecha radical. Su mensaje ha calado en la sociedad transalpina ofreciéndo las tradicionales salidas del populismo, siempre tan sospechosamente fáciles. Son recetas ya utilizadas por Donald Trump o Boris Johnson para alcanzar el poder, pero que fracasaron cuando las aplicaron en sus países.
La UE tiene la obligación de entenderse con todos sus miembros, más aún con uno de sus fundadores. No obstante, aún es más apremiante que defienda los valores que la constituyen: el liberalismo, el pluralismo político, el principio de legalidad y la división de poderes. En la Unión no tienen cabida quienes intentan desestabilizarla ni quienes polarizan a la sociedad.