El grillo

Escuchar el canto de un grillo es augurio de buena suerte.
Escuchar el canto de un grillo es augurio de buena suerte.
Ronald Plett / Pixabay

Nada más entrar en el portal, oigo como por un altavoz el canto de un grillo enloquecido.

 Está escondido en alguna rendija del zócalo de mármol que asciende por la escalera. Subo a oscuras ya que conozco cada peldaño, y así ahorro energía. En el primer rellano casi me choco con mi vecino David Almazán, uno de los mayores expertos en arte japonés del mundo, que baja en ese momento. Lleva un libro en la mano. Después de una breve charla me regala el libro que acaba de publicar en la editorial Satori Arte, ‘Estampas del Genji Monogatari’. Son comentarios a las 54 ilustraciones que el artista Ogata Gekko (1859-1920) realizó sobre el clásico japonés de más de mil años de la escritora Murasaki Shikibu. Abro el libro al azar, por la estampa número 38, que se titula ‘El grillo cascabel’ y dice: «Al llegar el otoño, era de buen gusto llenar el jardín de musicales grillos traídos del campo para disfrutar de su agradable canto». El grillo cascabel está prácticamente extinguido y no podemos conocer su canto si no vamos a alguna laguna salada de La Mancha, donde están trabajando por su conservación. Me acuerdo de una amiga que murió hace años que, por esta época, evitaba salir a según qué sitios pues tenía fobia a los grillos. Cada año hay menos grillos en las ciudades y en el campo, por no hablar de otros insectos como las luciérnagas, que ya solo brillan en el recuerdo de quienes tenemos cierta edad. El canto del grillo es un augurio de buena suerte, dicen. Me aferro a esa creencia que me ayuda a ilusionarme, a ver un algo luminoso en las negruras que se anuncian.

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