Por
  • Isaac Tena Piazuelo

Con buena educación

Durante un viaje en tren debiera ser normal saludar a nuestros desconocidos compañeros de viaje.
Durante un viaje en tren debiera ser normal saludar a nuestros desconocidos compañeros de viaje.
Oliver Duch

Al concluir las vacaciones acometemos un nuevo curso. 

Si la desconexión estival ha sido satisfactoria, no es raro que nos preguntemos cuál era aquella contraseña de correo que se nos ocurrió o por qué la impresora no parece acordarse de nuestro usuario al volver al trabajo. Nada grave, se suele pasar en un par de semanas. Por ahora seguimos disfrutando de algunos recuerdos, tal vez con la ayuda de un repertorio de fotos que apura los gigas de la memoria del teléfono y con las que no sabremos qué hacer en cuanto pasen unos meses. Lo normal.

Me viene a la cabeza, como un ‘flashback’ (o analepsis, que dirían los conservacionistas de la lengua), algo que me ha llamado la atención en las idas y venidas vacacionales. Me explico. Cuando viajamos solos el transporte ferroviario resulta una buena opción, sobre todo por su sorprendente rapidez: existe una novedosa oferta de trenes en que lo más dudoso es acertar cómo se denominan. Conducir no es siempre más cómodo, ni más barato, ni más seguro. Así que puede resultar interesante viajar en compañía de gente desconocida. Y es aquí donde entra el título de estas líneas. No estoy seguro de que sea correcto en sí mismo, pues calificar la educación de ‘buena’ parece una redundancia, pleonasmo, u otra figura retórica en suma, igual que hablar de ‘mucha limpieza’, ‘buena honradez’, o los diferentes grados de la amabilidad. No me refiero a los conocimientos que adquiera cada uno, sino en el sentido de que educación es lo que queda después de olvidar lo aprendido en la escuela. Educación e información no coinciden necesariamente, se sabe desde antiguo, ‘quod natura non dat, Salmantica non praestat’. En lo que respecta a la universidad, uno de los reproches que se hicieron a la ‘reforma de Bolonia’ es que sustituía el emblemático ideal de ‘saber’ por el mero ‘conocer’.

Tampoco quiero convertir en blanco de crítica a los usuarios del tren, o a los que viajan. Ya se sabe que cualquier generalización (incluso esta) es inexacta. El caso es que estaba firmemente convencido de que, cuando viajamos, es inexcusable saludar a los inopinados compañeros de trayecto: ‘buenas tardes’ según la hora, un ‘hola’ y ‘adiós’ suelen bastar cuando se dicen con entonación amable. En cambio, ‘que tengas buen viaje’ es más atrevido y añade la complicación de elegir entre el tú o el usted. Según he podido comprobar la mayoría de los viajeros no suelta el móvil y es posible que ni siquiera retiren la vista al responder al ocasional saludo. Unos pocos parecen sufrir alguna especie de trance o privación sensorial, aunque merecen el beneficio de la duda si llevan adosado algún tipo de dispositivo musical que limita la comunicación con su entorno, como si no estuvieran. Están aparentemente comunicados, pero aislados en realidad y al mismo tiempo.

A lo mejor es ingenuo confiar en que nos devuelvan un saludo de viva voz: si se hubiese difundido a través de una red social, la cosa cambiaría, probablemente sería correspondido con algún tipo de ‘like’, o un icono (animado o no) ¿Se imaginan que, al acceder al vagón o autobús, o a una sala de espera, pudiéramos incorporarnos a un efímero grupo de ‘whatsapp’ para saludos y despedidas? Mientras tanto podemos saludar cortésmente a los demás, con todos compartimos una especial fraternidad y por algo se empieza, pues me gusta tomar por cierta la sentencia de Séneca: ‘homo homini sacra res’.

Isaac Tena Piazuelo es catedrático de Derecho civil

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