El premio de Montestruc

El premio de Montestruc
El premio de Montestruc
Lola García

El martes cumple años este diario, que Antonio Mompeón Motos hizo grande y que fundó Luis Montestruc Rubio en 1895. 

Su expediente académico no fue bueno. Este joven fogoso, que hablaba y escribía con soltura, no fue un estudiante asiduo ni demasiado preocupado por conseguir los títulos académicos. Se matriculó en dos carreras al mismo tiempo, lo que en sus días no era tan raro: Derecho y Filosofía y Letras. Y, salvo error de este firmante, no concluyó ninguna.

Obtuvo el bachillerato con buena calificación y tenía dieciocho años cuando se inscribió en la Universidad de Zaragoza, para el inicio del curso 1886-1887. Aún consta como matriculado en 1892 y con asignaturas pendientes en ambas facultades: los dos cursos de Lengua Griega, en los que había solicitado examinarse como alumno libre, quedaron sin aprobar, por incomparecencia. Y otro tanto sucedió con las asignaturas de Derecho Civil I y II, Penal, Administrativo y Político II.

Varios años solicitó del rector el permiso para examinarse ‘por libre’ (sin asistir a clase), pero, lograda la venia, no abonaba las tasas ni comparecía. En el Archivo Histórico de la Universidad se repiten las firmas de los rectores (tres), de quienes dependía la concesión de esa venia. Las oficinas comprobaban la identidad del solicitante y si su expediente le facultaba para examinarse: debía tener título de bachiller y no comparecer a examen del segundo curso de una materia sin haber superado el primero.

No hubo trato de favor, según prueba el (mal) resultado, aunque todo estaba -oligarquía y caciquismo- muy politizado y los Montestruc, como los Rubio, tenían aldabas a las que llamar.

José Nadal, catedrático de Derecho Romano desde 1852, Antonio Hernández Fajarnés, profesor de Metafísica, y Manuel Villar García, turiasonense versado en lenguas antiguas, son los ‘Ilustrísimos’ rectores -aún no eran Excelentísimos ni Magníficos- que firman los papeles, año tras año, concediendo al estudiante Montestruc permiso para actuar según pide, tras haberse comprobado, mediante diligencias que se consignan puntillosamente todas las veces, que el peticionario es quien dice ser y está en condiciones aparentes de poder examinarse. Solo que el joven Luis no lo hacía; y no una, ni dos, ni tres veces, a lo largo de un sexenio.

Premio en Historia Crítica

En su currículo figuran dos matrículas de honor, en Derecho Romano y en Historia Universal I. Era más lo esperable, a tenor del precedente, pues había terminado el bachillerato con un ‘Premio’ en Historia Crítica de España. Esos premios se concedían mediante oposición entre quienes habían obtenido sobresaliente y aspiraban a más. Dicho y hecho. Como otros dos escolares de su perfil (Bandrés Oliete y Bel Buil), lo solicita el rector Nadal. La burocracia funcionó bien. Montestruc conoce su nota el 9 de junio, eleva la petición para opositar y el 10 la tiene concedida. Se remite el expediente al decano de Filosofía y Letras, para que se haga cargo del procedimiento, y el 17, a las ocho y media de la mañana, los tres jóvenes comparecen ante los tres jueces del tribunal que preside el decano, Este, el canovista Pablo Gil y Gil (nacido en Alpartir, en 1833), es catedrático de Geografía Histórica, dedicado arqueólogo, no mal numísmata y aficionado al árabe y a la aljamía. Como defensor que era del papel histórico de la Corona de Aragón en la historia de España, posiblemente pesó su criterio en la elección del asunto propuesto a los competidores: “Aragón. Alfonso I el Batallador”, en donde se ve más su mano y autoridad que las de sus colegas, Vicente Escolá y Francisco Chacorren.

Los escolares son incomunicados durante dos horas, al fin de las cuales leen sucesivamente lo que han escrito. Los jueces otorgan premio a Bandrés y Montestruc y Bel ha de conformarse con una mención honorífica.

El ejercicio de Montestruc no es malo, pero tampoco bueno. En veinte carillas de folio sobre historia política aragonesa desde tiempos remotos hasta el final del reinado particular de Alfonso I solo da una fecha, que es menos relevante que las de la toma de Zaragoza, la batalla de Cutanda, que no nombra; ni a los almorávides; o la muerte del rey. La retórica es la materia prima más abundante en su escrito y acaso sea lo más original su lamento de que, a diferencia de los castellanos, los aragoneses no hayan producido una voz que cantase épicamente las hazañas de Alfonso como se cantaron las del Cid.

Entonces ni existía siquiera el título académico de periodista. Ahora existe y, si no lo tienes, no te admiten en el gremio. (Empero, si, por ejemplo, eres Carles Puigdemont, sí te aceptan). Montestruc hubiera sido hoy un intruso, si bien fundó un par de periódicos con solo su bachiller. Por lo que se va viendo, con eso podría ahora haber lucrado puestos políticos de gran boato y ostentación. El martes hará 127 años que fundó este diario.

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