Por
  • Manuel de Miguel

Tertulias de velatorio

Entrada del tanatorio de Torrero.
Tertulias de velatorio
Raquel Labodía

Dos veces lo he presenciado en los últimos meses en el tanatorio de Torrero. 

Por megafonía o cara a cara, empleados del complejo funerario reprenden a grupos de personas que en los pasillos de los velatorios hablaban a un volumen muy alto y tenían montada una jarana absolutamente impropia del lugar.

Abochornado, he visto gente saludarse a voz en grito a diez metros de distancia, sonrientes, darse con alegría sonoros abrazos y comenzar una conversación muy animada. Seguramente no se veían desde la anterior reunión familiar, quizás fuera una boda, y ahora se comportaban exactamente igual. Yo creo que incluso contaron algún chiste a tenor de las reacciones y los gestos.

Una trabajadora del cementerio se acercó al bullicio y le costó que cesaran el alboroto para hacerse oír y rogarles que al menos bajaran el volumen, que ya habían recibido quejas de quienes estaban en las salas de al lado. Unos jovencitos descerebrados se reían de la reprimenda, como si fuera la de un profesor en el colegio, en lugar de sentir una terrible vergüenza ajena al escuchar esa petición de mantener un comportamiento mínimamente correcto.

Los empleados nos contaron que esta batalla la tienen casi todos los días.

Todos hemos ido más de una vez a un velatorio o un funeral simplemente como un acto social de apoyo a un familiar, amigo o conocido que acaba de sufrir una pérdida, aunque a nosotros no nos afecte personalmente ese fallecimiento. Acudes brevemente, das el pésame y mantienes en todo momento un tono bajo, una actitud discreta al máximo. Si te encuentras a alguien en las mismas circunstancias puedes hablar de cualquier nimiedad, prudentemente.

Con respeto y consideración, no ya sólo hacia los fallecidos hace pocas horas cuyos restos mortales permanecen en esas salas, sino especialmente hacia los familiares, en muchos casos desolados, devastados por la muerte de sus personas más cercanas en no sabemos qué circunstancias. Y que, en su sala junto al cadáver amado, entre llantos imparables y la tristeza más infinita, no deberían verse obligados a soportar a unos maleducados al lado, de jolgorio.

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