Por
  • Julio José Ordovás

El monarca sentimental

Javier Marías
Javier Marías
EP

Aunque permaneciera fiel a su Olympia Carrera de Luxe, renegara de las redes sociales y vistiera y actuara con una elegancia ya desusada, Javier Marías seguía siendo el escritor más moderno de España.

Como novelista, tenía una prosa serpenteante, y un mundo propio bastante fantasmal, y una mirada guasona y melancólica, y un prodigioso sentido del ritmo narrativo. Los trols que le regateaban méritos y se burlaban de sus piruetas sintácticas, envidiosos de su éxito internacional, no le llegaban, los pobres, a la suela del zapato.

Algunos, para meterse con él, decían que era un pijo. ¿Era un pijo porque tuvo la osadía de publicar su primera novela con solo diecinueve años? ¿O porque tuvo la osadía aún mayor de traducir el ‘Tristram Shandy’ de Sterne a los veinticinco? ¿O porque leyó antes que nadie en España a escritores como Thomas Bernhard? ¿O porque era hijo de Julián Marías? ¿O porque fue amigo de Benet? ¿O porque era del Real Madrid? ¿O porque los personajes de sus novelas no trabajan en una cadena de montaje? ¿O porque se tuteó con escritores del nivel de Sebald y de Banville? ¿O porque se erigió en monarca de un reino espectral, el Reino de Redonda, y montó una editorial con ese nombre para publicar exquisitas rarezas? ¿O porque hizo gala de una altura moral e intelectual insólita en el mundo literario?

Dijo Sterne, con suave ironía: "Es cierto que un escritor debe sentir lo que escribe si quiere poder transmitirlo al público, pero a fuerza de sentir he dejado hecha añicos toda mi maquinaria". Es probable que Marías también destrozara su maquinaria a fuerza de sentir lo que escribía para transmitírnoslo. 

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