Territorio de añoranzas

Vuelta al cole: los colegios vuelven a llenar sus aulas tras el verano.
Territorio de añoranzas
Guillermo Mestre

Supongo que es el pulso de la rutina, la que retoma septiembre en la antesala de las fiestas, la que voltea mi cabeza para devolverme a escenarios pegados al despegue escolar que el paso del tiempo no logra desenroscar de mi memoria.

Días de retornos, de vuelta a clase, de ajetreo y nervios envueltos en libros recién forrados, bolígrafos para estrenar, estuches de cremallera doble y cuadernos con olor a nuevo. Tiempo en el que se asienta la reconocible sensación de vuelta a la normalidad que, muy por encima del regreso al trabajo, supone el retorno a las aulas, el banderazo de salida al nuevo curso.

Se entretiene primero mi retentiva en el merodeo por aquellos años de padre entregado, ocupado en la labor afanosa de allanar el camino del reingreso de mis criaturas; un compromiso que el paso de los cursos y su veteranía fue difuminando. Hasta el adiós definitivo de aquella etapa, arrollada por el alud de nuevos retos. Pero el capricho de la cabeza me cita entonces con retazos de los días de mi propio arranque colegial. Y en la sorpresa, aderezo mis recuerdos con la pizca de nostalgia de entrever aclarados gestos y sonrisas ya perdidos, resucitados en personas queridísimas, que uno no puede dejar de asentar en el corazón.

Se escalona la mirada orgullosa y cargada de cariño de mi padre, siempre mucho antes de nuestra salida al colegio, cuando él partía rumbo al trabajo. Y ese beso de mi madre, que aprendí a guardarme, en el dintel de la puerta de casa, para decirnos adiós en la antesala de la primera clase de cada septiembre.

Arrancaba corriendo, con mi bolsa de deporte al hombro, repleta de libros, y la ilusión de pegar las primeras patadas al balón con las que espantar los escalofríos en el estómago.

Y ya de vuelta, la puesta en común sobre nuevos profesores, conocidos y desconocidos, y viejos compañeros. Rutina de rutinas que marca una muesca más en la ruleta del vivir. Un sello tal vez escondido hoy entre otras inquietudes, pero que la memoria hace revivir: viejos sentimientos en donde se cobijan las añoranzas.

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