Por
  • Carmen Herrando

Servidumbres voluntarias

Servidumbres voluntarias
Servidumbres voluntarias
Krisis'22

Cuenta Michel de Montaigne que su amigo Étienne de la Boétie escribió el discurso sobre la servidumbre voluntaria "en honor de la libertad y contra los tiranos", en su primera juventud, pues no tenía más de dieciocho años cuando lo redactó. 

La Boétie se preguntaba ya en el siglo XVI cómo es posible que, entre los hombres, quienes son mayoría se sometan a exiguas minorías, al contrario de lo que sucede en la naturaleza. Una prueba, en cierto modo, de que el ser humano no es "un mero fragmento de la naturaleza", como dirá Simone Weil al respecto.

La filósofa francesa leyó en 1937 el discurso de La Boétie buscando entender lo que había visto en la guerra civil española y lo que estaba sucediendo en Europa. Simone Weil estuvo en Pina de Ebro, con la Columna Durruti, entre el 10 y el 16 de agosto de 1936; se quedó en Cataluña, entre Barcelona y Sitges, hasta finales de septiembre, curando la grave quemadura que se hizo en la pierna estando en Pina. Desconcertada por el comportamiento criminal de los comunistas con los anarquistas, se preguntaba por la dinámica de la fuerza, que para ella es la óptica desde la que hay que mirar los fenómenos sociales. Como La Boétie, recalca que "la sumisión de la mayoría a la minoría, hecho fundamental en casi toda organización social, no termina de asombrar a quienes reflexionan un poco. En la naturaleza vemos cómo el peso más pesado arrastra a los menos pesados, cómo las razas más prolíficas asfixian a las otras; y, sin embargo, entre los hombres, estas relaciones parecen invertidas".

Simone Weil, con 28 años, fue capaz de ver lo que casi nadie veía en un Stalin que llevaba a cabo los terribles procesos depurativos
de Moscú

Desde esta lectura desenmascara Simone Weil a Stalin como ejemplo de "minoría" a la que las mayorías someten sus voluntades: "En un país que cubre la sexta parte del globo —escribe—, vemos cómo un solo hombre sangra a una generación entera. Cuando la muerte hace estragos es cuando estalla ante los ojos el milagro de la obediencia. Que muchos hombres se sometan a uno solo por temor a que este los mate es bastante sorprendente; pero ¿cómo se puede comprender que sigan sometidos a él hasta el punto de morir bajo sus órdenes?".

La Boétie no da respuestas; Simone Weil tampoco. Ambos eran muy jóvenes cuando descubrieron que la sumisión es tan común entre los seres humanos; los dos fueron extraordinariamente lúcidos. Simone Weil, con 28 años, fue capaz de ver lo que casi nadie veía en un Stalin que llevaba a cabo entonces los terribles procesos depurativos de Moscú. Podría establecerse cierto paralelismo entre Stalin y el actual dirigente de Rusia, heredero suyo en el ámbito ideológico del comunismo, pues estamos asistiendo al despliegue de su tiranía y al sordo sometimiento de toda Europa.

Podría establecerse un paralelismo entre él y Putin, pues estamos asistiendo al despliegue de su tiranía

Ni Simone Weil ni Étienne de La Boétie ignoraron que en el fondo de todos estos alardes de fuerza y sumisión está la compleja realidad de la condición humana. Lo que estos autores sacan a la luz es lo sorprendente y habitual del mecanismo de la sumisión, determinante en tantas ocasiones hasta del proceso constructivo de los sujetos. Ambos pensadores vienen a decir que los mecanismos sociales son generados por "pasiones que se hallan en todos y en cada uno de nosotros, los seres humanos" —así lo expresa Simone Weil—. Se trata de conocer esas pasiones para que, contando con ellas, no dejemos de preguntarnos qué remedio se les puede dar, y más cuando conducen a los horrores de los que ha sido testigo el siglo XX, o al desastre que produce hoy la invasión de Ucrania.

Decía Simone Weil que el pensamiento construye una escala de valores que no corresponde a este mundo, pues, al igual que Platón, pensaba que las verdaderas raíces del ser humano crecen hacia lo alto. En cualquier caso, la concepción del hombre desde el valor es enemiga de las fuerzas que predominan en las diversas escalas sociales. Y quizás se trata de esto: de permutar valores materiales por valores espirituales, de edificar lo material desde la raíz espiritual que alberga el ser humano, que es la gran carencia que Simone Weil denuncia en el pensamiento de Marx. Lo que ella proponía entonces —y no deja de proponer hoy— es el "milagro" de pensar, pero ejercido con una nueva orientación de la mirada.

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