Por
  • Isabel Soria

No me gusta Londres

Un periódico con la noticia de la dimisión de Johnson, en el suelo este viernes en Londres.
Un periódico con la noticia de la dimisión de Johnson, en Londres.
HENRY NICHOLLS/Reuters

Este verano he estado unos días en Londres. Un viaje que llevaba deseando desde que lo contraté ahí por enero, con ilusión, como todo lo que se hace con tanta antelación. Y reconozco que mi impresión de Londres ha sido espantosa. No me ha gustado nada la ciudad, su patina gris, grasosa, su arquitectura, la imagen de sí misma que vende al turismo. Tampoco las muchas aglomeraciones y ambientes a humanidad en los museos o en sus centros neurálgicos que ya no se acordaban en absoluto de los protocolos covid. Todo me ha parecido viejo, mostoso y había suciedad y mugre por todo. Ni que decir de la decadencia y de las exaltaciones de amor a la corona inglesa. Demasiados paisanos al margen de todo, carne abandonada por los servicios sociales y sobrepasada por el alcohol u otras drogas. Parece una ciudad a la que le cuesta respirar, que está cansada, exhausta. No vi aquella imagen de modernidad, de distinto y de inusual que disfruté hace, ay, muchos años ya. Quizá sería porque viajé entonces en el puente de la Inmaculada y anochecía a las tres de la tarde, y por la noche ya se sabe que los gatos y la mugre son pardos, pero me dio otra impresión. Quizá que tenía muchos años menos o que se me endurece la mirada. Pero lo cierto es que entre el calor del metro, los ‘rickshaw’ en los que los recién casados se hacían unas fotos –él de occidental, ella, que ni se le veían los ojos tras el burka-, lo que me generaba cierto fuego interior, solo os digo una cosa: tenemos un país fetenísimo. Buenísimo, de colores y maravilloso.

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