Los datos demuestran que se está produciendo un movimiento de asentamiento de población en el medio rural, tanto en Aragón como en el conjunto del país. En los últimos cuatro años, los empadronamientos han superado a las bajas en el censo del 62% de los municipios de la Comunidad de menos de 5.000 habitantes. En concreto, arrojan un saldo positivo de 13.700 nuevos vecinos, muchos de ellos jóvenes que han decidido probar fortuna lejos de las grandes ciudades. Es preciso seguir trabajando para hacer de los pueblos lugares atractivos para vivir y trabajar. Hay que mejorar las condiciones de vida de sus habitantes y captar a nuevos residentes; para ellos se necesitan accesos viarios y digitales, servicios públicos, infraestructuras y ayudas al emprendimiento.

El cambio de tendencia comenzó en el año 2018, pero tomó impulso en 2020 como consecuencia de la pandemia de la covid, que puso de relieve muchos de los beneficios del mundo rural. Este retorno a las zonas más castigadas por el fenómeno de la despoblación está protagonizado esencialmente por jóvenes. Según los datos del INE, los pueblos de Aragón arrojan un saldo residencial positivo de 8.000 personas de menos de 35 años, un colectivo clave para el emprendimiento y el desarrollo económico de estas zonas, sobre todo para el impulso de la natalidad, un aspecto en el que la Comunidad no puede ser tan optimista. Hay que aprovechar este punto de inflexión demográfico para consolidar un auténtico y sostenido reajuste entre la España superpoblada y la despoblada.

En pleno siglo XXI, hay que implementar políticas de apoyo rural que no sean exclusivamente subvenciones a la producción agrícola. Es preciso optar por una planificación integral para los pueblos, potenciando las oportunidades económicas de la conservación del medio natural y cultural.