Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Por
  • Ana Isabel Elduque

Becerros de oro

Sopletes y hornos hacen del Servicio de Soplado de Vidrio uno de los espacios más caldeados de la Facultad de Ciencias.
Sopletes y hornos hacen del Servicio de Soplado de Vidrio uno de los espacios más caldeados de la Facultad de Ciencias.
Javier Belver

Acaban de publicar el Ranking ARWU, más conocido como Ranking de Shanghai, que pretende calificar a universidades de todo el mundo en una muy particular clasificación. Como viene siendo tendencia, las universidades españolas y las europeas pierden posiciones frente a una supremacía anglosajona y a una creciente presencia asiática. El sesgo de la clasificación es muy marcado. Se valoran fundamentalmente aspectos científicos y tecnológicos y, muy mayoritariamente, en su faceta de publicaciones en las llamadas ‘revistas especializadas de alto índice de impacto’. El resto, actividades universitarias como la docencia y áreas completas de conocimiento, humanidades y muchas de ciencias sociales, no tienen cabida en el baremo y, por tanto, son obviadas. Con estos parámetros, la tendencia que se aprecia desde el inicio de la publicación se confirma año tras año. Las universidades más afamadas del mundo, generalmente privadas y con unos presupuestos inalcanzables para la mayoría de las instituciones públicas europeas, copan abrumadoramente los puestos de honor.

Pero este hecho es conocido por todos, aunque en el mundo universitario algunos pretendan marcar como objetivo que la universidad española destaque en este grupo de élite. Es evidente que, al menos en muchos años, ninguna institución española podrá destacar, dado nuestro carácter generalista, peores ratios de publicaciones por investigador, por la imposibilidad de alcanzar el nivel de gasto de los gigantes norteamericanos y por el peso de Premios Nobel y Medallas Fields en el ranking. Es decir, pretendemos jugar en una liga en la que ni por presupuesto ni por plantilla nunca podremos alcanzar finales. ¿Debemos seguir peleando por algo inalcanzable y que realmente no está claro que se traduzca en bienestar para los ciudadanos?

En España, y en muchos países europeos, nos jactamos de que nuestro nivel de vida es muy aceptable. Cuando viajamos fuera del continente podemos comprobar que es cierto y el repetido argumento, de que esto está cambiando, no se percibe. Que el resto del mundo viva mejor que antes no significa que nosotros lo hagamos peor. Si para que los europeos mantengamos nuestro nivel de vida hace falta que el resto del mundo, excluida Norteamérica, no lo alcance no habríamos salido de la época victoriana del siglo XIX. El PIB de EE. UU. es mayor que el europeo y que un gigante como China tenga una representación creciente es lo lógico. Pero no solo deberíamos fijarnos en esto. Lo que creo que nos ayudaría es pensar por qué nuestro sistema de investigación se traduce poco en innovación para la estructura productiva, y esto no es igual en todos los países de Europa. En España, que es lo que más conozco, creo que los rankings como el de Shanghai nos van a ayudar poco.

Nuestro sistema investigador está caracterizado por una atomización de los grupos y con muy poca transversalidad entre ellos. Apenas hay incentivos para la colaboración interuniversitaria y, quizá menos aún, con la sociedad civil. La formación y la estabilización de los jóvenes investigadores está orientada a que alcancen el estatus de funcionario público, no a que se establezcan redes de colaboración. Los profesionales externos, auténticos expertos en muchos temas, apenas tienen cabida en nuestra universidad. El carácter público de la universidad española se toma como un valor en sí mismo, acusando de mercantilismo la búsqueda de mecenazgos externos, olvidándose de que esas prestigiosas universidades logran una gran parte de su enorme financiación precisamente de esas fuentes. La ciencia básica, más que la aplicada, se considera el pilar fundamental, aunque la Ivy League cuente entre sus exalumnos a la mayoría de presidentes, CEOs, abogados de los despachos más poderosos y periodistas de los medios más influyentes de

EE. UU. Investigan en ciencia básica y aplicada, pero jamás desdeñan el resto de actividades.

Nuestro sistema investigador necesita ser redefinido para no seguir mandando a la sociedad un mensaje sesgado. Seguir adorando a un becerro de oro llamado Q1, los universitarios me entienden, solo nos hará seguir careciendo de una capacidad de innovación y desarrollo que buena falta nos hace.

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