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  • Editorial

Una mujer decisiva

La reina Isabel II interviene en una apertura del Parlamento de los Lores en Londres
La reina Isabel II interviene en una apertura del Parlamento de los Lores en Londres
Reuters

La muerte de la reina Isabel II representa la desaparición de uno de los personajes más relevantes de los últimos setenta años. Lo ha sido para sus compatriotas porque ha actuado como uno de los principales elementos de unidad de un país que durante su mandato se ha visto obligado a asumir que ya no era la cabeza de un gran imperio colonial. Lo ha sido también para la comunidad internacional porque su prolongado reinado la ha convertido en una de las figuras más respetadas en decenas de países, junto con Winston Churchill. Su huella es tan indeleble que a muchos ciudadanos británicos les costará adaptarse a su ausencia. Una reina con tantos años en el trono se ha convertido en una figura muy familiar y querida para todos ellos. Ahora le corresponde al heredero, Carlos III, dar continuidad al reinado de una mujer a la que siempre le caracterizó un compromiso inquebrantable con el deber y el servicio a su pueblo.

Cuando el 2 de junio de 1953, la joven Isabel Alejandra María Windsor fue coronada no pudo contar con una Constitución escrita que le sirviera como guía ni con un manual de instrucciones para ejercer como cabeza de la Commonwealth. Sin embargo, su proverbial sentido del deber le impulsó para dar estabilidad a la jefatura del Estado, a pesar de las dificultades de una potencia en decadencia en un mundo polarizado. Los contratiempos vividos por la Casa de los Windsor no han minado su popularidad, que se ha mantenido inalterable hasta el final de la ‘segunda era isabelina’.

Isabel II ha sido durante siete décadas parte sustancial del patrimonio inmaterial de todos los británicos. Su sentido de la responsabilidad y su templanza han sido la demostración de que el éxito de la institución monárquica depende de la personalidad de quien porta la corona. La voluntad de ser ejemplar ha sido siempre consustancial a ella.

La reina ha sido el estandarte del ‘poder blando’ inglés, esa capacidad de algunas naciones de influir en la esfera internacional a través de la seducción de su cultura y del prestigio de sus instituciones. Es cierto que todo el poder que tenía el país cuando Isabel II accedió al trono, heredero de la gran potencia mundial que fue durante los siglos XVIII y XIX, ha desaparecido y ahora intenta mantener cierto protagonismo en la periferia de la UE. No obstante, el Reino Unido sigue generando una gran admiración por su idiosincrasia liberal, su estabilidad democrática y por sus manifestaciones de cultura popular, desde los Beatles a James Bond. 

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