Por
  • Vicente Pinilla

Veranos

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Veranos
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Cuando se vive en un clima continental con otoños y primaveras brevísimas, invierno y verano marcan el ritmo de nuestras vidas. 

Para mí, primero como estudiante y luego como profesor, el año siempre ha empezado a comienzos de septiembre. Podría celebrar la nochevieja el 31 de agosto con más sentido que al final de año. Pero los aromas del verano van cambiando con la vida. Durante mi niñez el verano era primordialmente piscina y lectura. Recuerdo largas mañanas tumbado en una hamaca junto a mi hermana, devorando libro tras libro en una rutina que solo interrumpía la hora del baño. La adolescencia y juventud, en cambio, la asocio a viajar, preferentemente al extranjero, sí era posible lejos y sin viajes organizados, huyendo del rebaño. Hasta hoy, salir fuera y cambiar de idioma y de paisaje es una suerte de vacación mental. Cuando tuve hijos y estos eran pequeños, hubo que combinar los viajes, entrenándoles en esa maravillosa experiencia, con castillos de arena y olas marinas. En la madurez volvemos a los viajes, y el verano me sabe de nuevo mucho a familia. Leer, viajar o pasar tiempo con las personas queridas son las constantes que encuentro que atraviesan el tiempo. Y siempre me parece que el año termina cuando a finales de julio, cierro el despacho, intento dejar la mesa limpia de artículos pendientes y desconecto mi cerebro laboral por unas semanas.

Al final pienso que soy un privilegiado. Tener vacaciones implica poder pagarlas y como bien sabemos, no todo el mundo puede.

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