Por
  • Andrés García Inda

El deseo es la ley

El deseo es la ley
El deseo es la ley
Heraldo

El partisanismo político e ideológico suele obligar, a menudo, a interesantes ejercicios de contorsionismo verbal, en función de las declaraciones o las decisiones que va tomando el líder. 

En el caso de los que mandan –Sánchez y el PSOE– los cambios son tantos, tales y tan a menudo, que resulta sorprendente que haya todavía quienes sin mediar un interés directo (como el de ganarse un sueldo) sigan tomando en serio lo que dice. Por ejemplo, llevábamos semanas con todo el aparato sanchista y gubernamental argumentando contra la bajada del IVA del gas como algo regresivo e ineficaz y, de repente, de la noche a la mañana, se ponen a aplaudir la medida porque eso es lo que había que hacer. Pero las declaraciones y decisiones del líder pueden también generar el efecto contrario: puede que haya quienes ahora desconfíen de la bajada del IVA precisamente porque es Sánchez quien la toma.

Algo parecido, quizás, podría ocurrir con las recientes declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso, favorables al proyecto de Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, que entre otras medidas elimina el plazo de reflexión de tres días y la necesidad de consentimiento paterno en las jóvenes de 16 años para practicar el aborto. Habrá seguramente quienes aplaudan su postura o a quienes pille con el pie cambiado. Pero puede también –ojalá– que las declaraciones de la presidenta madrileña ayuden a salir del armario a algún antiabortista tímido (o vergonzante), de los que habitualmente prefieren no manifestarse sobre el tema para no ser tildados de reaccionarios y que ahora encontrarían en la oposición a los argumentos del liberalismo ayusista una ocasión o un motivo para plantear sus dudas en relación con la cultura abortista imperante.

Resulta llamativo el avance de esa filosofía, hoy dominante, que identifica la ley y los derechos con los deseos y que, a menudo, confunde estos con nuestros impulsos emocionales más primarios

No en vano, las razones esgrimidas por la presidenta de la Comunidad de Madrid podrían ser asumidas por cualquier progre posmoderno. Según hemos sabido por los medios de comunicación, Ayuso ha defendido el aborto sin consentimiento de los padres en el caso de las jóvenes de 16 años porque "no puedes obligar a nadie a llevar una vida contraria a la que ha deseado". Really, George? Como decía un buen amigo, esa sola frase da para un curso entero de filosofía del Derecho. ¿No cabe poner ningún límite a nuestros deseos? ¿Ni siquiera el de la responsabilidad de nuestros propios actos? ¿Y menos todavía a los de un adolescente? ¿Son tales deseos enteramente la fuente de la ley? ¿Quiere eso decir, por ejemplo, que si la madre decidiera dar a luz tampoco podemos obligar al padre a responsabilizarse de ese niño? No sé, yo imagino que cabe impedir determinados actos u obligar a comportarse de determinada manera cuando nuestros deseos chocan con los de los demás y ponen en riesgo su vida. ¿No es algo de eso lo que ha pasado a propósito de la pandemia? Y de hecho esa es la duda, que la ciencia no puede resolver de forma definitiva, que pesa sobre la práctica del aborto: si lo que se está eliminando es o no una vida humana. Hay quienes dudan de ello, y por eso no consideran un problema moral que se trocee el feto; y hay quienes ante la duda prefieren defender la integridad del mismo. No en vano, con el mismo argumento de la Ley y de la presidenta madrileña, los hay también que ya defienden que el aborto pueda llevarse a cabo hasta el mismísimo momento del parto... ¿y después? Pero, a más a más, ¿no deben orientarse o limitarse tampoco esos deseos, en el caso de un menor, cuando sabemos que estos le conducen directamente a despeñarse? ¿No debemos intentar evitarlo? ¿No es esa también la responsabilidad del educador?

Puede que, más que tratar como adultos a nuestros jóvenes, lo que en realidad estemos haciendo es infantilizar la sociedad. Y resulta bastante llamativo, además, que esa filosofía que identifica la ley y los derechos con los deseos (y que a menudo confunde estos con nuestros impulsos emocionales más primarios) sea la dominante en una época de la historia en la que, posiblemente, nunca han estado estos más orientados y más condicionada nuestra conciencia. Y no solo con la dulce violencia de la seducción algorítmica. La amenaza de la extinción y la espiral del miedo cada vez tienen más peso.

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