Después de la guerra

Después de la guerra
Después de la guerra
Viticor

El pasado día 3 de septiembre, José Javier Rueda publicaba en estas mismas páginas ‘Del Atlántico a los Urales’ que venía acompañada de una entradilla muy sugerente. 

"¿Qué hará Europa tras la guerra de Ucrania? ¿Aislar al gigante ruso o cooperar con él cuando desaparezca Putin? La fortaleza civilizatoria, cultural y económica de la UE puede forjar una comunidad que se extienda pacíficamente desde Lisboa a Vladivostok". Si no la ha leído le recomiendo que lo haga. Primero porque, además de estar bien escrita, hace pensar. Segundo porque según como respondamos a esas preguntas nuestra vida tendrá un rumbo u otro, pues el futuro se imagina y se construye en el presente. Tercero porque es un análisis anticipatorio que, más allá de la descripción de los escenarios, formula una propuesta prescriptiva a meditar.

En la parte descriptiva entra en el ámbito de lo geopolítico. Siempre me ha parecido un terreno volátil, con debates que tienden a quedar en una nebulosa neblinosa. Precisamente por lo vaporoso del observable en cuestión: el poder político y su concreción en contextos geográficos que generan diversas relaciones internacionales. En ese marco los actores principales son los Estados que, como sabemos, existen pero actúan mediante personas y grupos que asumen una posición dominante durante un tiempo siempre limitado. Por ejemplo, cuando se habla de España en un caso tan sensible como el Sáhara. Acabamos de comprobar que no es lo mismo que la presida Sánchez a cualquiera de sus antecesores. Este presidente actúa en nombre España pactando con el tirano marroquí, pero no es España en su totalidad la que se suma a esta decisión. Algo similar sucede cuando el actor en cuestión es la Unión Europea (UE), Rusia, Estados Unidos o cualquier otro estado en temas similares o extremos como la guerra de Putin.

Un ‘pero’ a señalar es la identificación de esa Europa llamada a "convertirse en el tercer actor global" con la UE. Más cuando el Reino Unido ya no juega en el equipo de la UE. Y, por otra parte, Austria mantiene su distancia respecto de la OTAN. Ahí quedan unos cuantos huecos lógicos por completar. No obstante, la tesis de considerar Europa como un concepto cultural, más que geográfico es un elemento clave. Primero, porque Europa no la ve un observador extraterrestre tal como la entendemos y dibujamos. Segundo, porque no significa lo mismo para todos los que forman parte de la UE. De hecho, hace unos años me sorprendió en un debate en la Universidad de L’Havre como algunos franceses asistentes hablaban de Europa como algo lejano a ellos; para mí incomprensible viniendo de una España que llevaba décadas intentando homologarse con Europa.

Cuando termine la guerra de Putin en Ucrania el reto será aumentar
las libertades no sólo dentro de Rusia,
si no en todo el planeta

En la parte prescriptiva, necesitamos ampliar el horizonte. Está claro que la alternativa a la división es la unión, pero no para construir solamente «una gran región estable y próspera dentro del contexto de una civilización universal» si no para hacer de la Tierra un planeta donde viajar juntos como pasajeros de la misma nave espacial. Se trata de sustituir la lógica de los territorios y de las fronteras para centrarnos en la ciudadanía universal basada en la dignidad de las personas. La libertad para pensar, para hablar, para moverse, para creer, para vivir es consustancial al ser humano. Ni el miedo a la propia libertad ni la ficción de la seguridad legitiman otra alternativa. La opresión, las injusticias que anulan libertades cotidianas no son aceptables. Pensar por cuenta propia es el pilar esencial.

Cuando termine la guerra de Putin en Ucrania el reto será aumentar las libertades no sólo dentro de Rusia, si no en todo el planeta. Sabemos cuáles son los lugares del mundo donde no se respetan los derechos humanos. Sabemos dónde están los tiranos y las élites que viven a costa de sus pueblos. Sabemos situar en el mapa los Estados donde se abusa del poder y la violencia cercena las libertades de las personas. Por eso, a la ciudadanía de la UE nos ha de preocupar que existan estados fallidos, pero mucho más que en este navío espacial sigan viajando una gran mayoría del pasaje en condiciones inaceptables. Nos toca empujar en esa dirección, si no es así, terminaremos naufragando irremediablemente. 

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