Liz Truss ha ganado la carrera por la sucesión de Boris Johnson y hoy será investida como la nueva primera ministra del Reino Unido tras despachar con la reina Isabel II. La hasta ahora ministra de Asuntos Exteriores accede al poder en un momento complejo para el país, con amenazadores nubarrones económicos, un nuevo desafío independentista en Escocia y la amenaza de una guerra comercial con la UE por cuenta del Protocolo de Irlanda. Tiene, además, que romper con la mala racha de los últimos inquilinos de Downing Street (Gordon Brown, David Cameron, Theresa May y Boris Johnson) cuyos mandatos siempre han acabado en fracaso. El Reino Unido se merece un presidente del Gobierno menos excéntrico y desafiante que el último. El populismo termina pasando una cuantiosa factura a la sociedad que se entrega a él.

La nueva líder conservadora se ha impuesto en las elecciones internas del partido en una votación restringida a los militantes, que apenas suponen el 0,4% del electorado, en un proceso muy cuestionable desde el punto de vista democrático. No obstante, no es este su mayor problema, sino el país que le deja Johnson. El legado del político que culminó el proceso del ‘brexit’ es un Reino Unido sin rumbo económico, con su prestigio internacional muy debilitado y con una relación profundamente deteriorada con su principal socio comercial y político durante décadas, la UE.

Tras el caótico mandato de Boris Johnson, el país exige recuperar su madurez y su prestigio internacional. Sin embargo, Liz Truss solo ha ofrecido por ahora un discurso fuertemente ideológico y las mismas promesas de su antecesor de un futuro de rosas, sin aclarar cómo pretende alcanzarlo. Ahora tiene la oportunidad de gobernar con sensatez, prudencia, realismo y pericia para frenar el creciente malestar de sus conciudadanos.