Los efectos de un verano muy seco y muy caluroso en la disponibilidad de agua se están dejando sentir ya, en Aragón, tanto en la agricultura como en el abastecimiento a algunas poblaciones. 

La situación por ahora no es alarmante, aunque sí preocupante, y obliga a tomar conciencia de la necesidad de ahorrar en el uso de un recurso esencial que en este momento es mucho más escaso de lo normal. Las autoridades han de tener listos los planes de contingencia necesarios por si las lluvias de otoño se retrasasen, pero al mismo tiempo es necesario planificar la gestión del agua a más largo plazo.

Los embalses de la cuenca del Ebro contienen en este momento solo el 43,31% de su capacidad, quince puntos porcentuales por debajo de la media de los últimos diez años. Es una cantidad más favorable que la del conjunto de España –el 35,9% de la capacidad total de embalse–, pero que resulta preocupante, especialmente en algunas zonas. Hay que recordar que la cuenca del Aragón, por ejemplo, lleva semanas en situación de emergencia y que no son pocas las poblaciones que tienen que ser abastecidas mediante cisternas. En Huesca capital, el Ayuntamiento, de manera prudente, ha tomado ya algunas medidas básicas de ahorro, pero si no llegan las lluvias podría haber restricciones de mayor incidencia en el ciudadano y en la economía.

Todos debemos tomar conciencia del problema y asegurarnos de que no desperdiciamos agua en un momento complicado. A más largo plazo, y asumiendo que en el futuro las sequía pueden ser más frecuentes, intensas y prolongadas, como advierten muchos científicos, el buen uso del agua tiene que insertarse como un rasgo esencial en todas las actuaciones de Administraciones públicas, empresas y particulares. Y hay que prever las infraestructuras necesarias para poder garantizar en todo momento que las poblaciones disponen de un suministro suficiente.