Por
  • Fernando Sanmartín

Nada de disfraces

Los hechos ocurrieron en la playa de Levante de Salou el pasado mes de agosto.
Nada de disfraces
José Carlos León

La vida es un ring donde se boxea. 

Y en cualquier ring uno recibe golpes en la mandíbula, en las cejas o en la conciencia. Irse de vacaciones es bajar del ring, usar otros diálogos, cambiar los guantes de boxeo por un biquini o un pantalón corto; es abuchear a la rutina y dejar que la cerveza nos apadrine en la pila bautismal de la felicidad.

Guardo instantes de mis vacaciones. Instantes singulares. Una mañana vi a un hombre elegante, con botas de montaña, en una fuente de la que manaba agua de manantial, diciéndole a su acompañante: "Lola, deja de beber tanta agua, que no paras". Y Lola, un imponente pastor alemán, lo miraba con ternura sin hacerle caso. Y no bebían agua sino vino un grupo de tres ancianos que compartían mesa en un restaurante fino, tres ancianos que comían como náufragos tras el rescate, tres ancianos que sumaban, creo, casi trescientos años; tres abuelos que solo tomaban café con sacarina después de comer alubias con oreja de cerdo y unos chuletones ante los que daban ganas de santiguarse, estando al quite el camarero por si era necesario llamar a una ambulancia. También he visto unas declaraciones del cantante y presentador de televisión Bertín Osborne, jugador de pádel, cortijero y socorrista de playa, que sin ningún aspaviento afirma: "Yo he sido antisistema siempre". Qué alborotador es Bertín.

En vacaciones hay que mostrarse como uno es, sin complejos ni traumas. Y si apetece jugar con los Playmobil, recitar a Bécquer o volver al anís como bebida anacrónica, qué más da. Hay que desenfundar lo que somos. Es la única salida.

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