Por
  • Luisa Miñana

Afganas

El burka volverá a ser el símbolo de la opresión que sufren las mujeres afganas.
Afganas
Hedayatullah Amid / Efe

Hace un año, Estados Unidos abandonó Afganistán. 

Nadie puede decir que creyera entonces las falsas palabras de los talibanes, menos aún referentes al respeto a los derechos de las mujeres. Y aun así poco hemos hecho para evitar que casi 20 millones de mujeres hayan visto en este año reducidas sus vidas a la mínima expresión: "Una vez más el terreno estaba abonado para fomentar la violencia contra nosotras", exclamaba, hace un mes en un artículo en ‘El País’, una decepcionada Nayera Kohistani, maestra afgana que ha sufrido torturas por manifestarse en las calles de Kabul. Porque las mujeres siguen luchando en Afganistán por su vida y su dignidad, aunque apenas lo contemos, como casi nunca en la Historia se contó la vida de las mujeres. Sinceramente, veo la amenaza de la tachadura sobre las mujeres resurgir en muchos gestos y lugares. La revocación del derecho al aborto por la Corte Suprema de Estados Unidos, tras 50 años de reconocimiento, es uno de ellos. La pornificación de la cultura y las agresiones sexuales en países occidentales, incluso con leyes punteras en igualdad, es otro. Y hay más. Cuando las sociedades inician derivas de intransigencia y autocracia, las mujeres somos el primer objetivo de sometimiento y de cosificación. Margaret Atwood lo narró muy bien en ‘El cuento de la criada’. Y en este país, España digo, algunas aún recordamos los últimos coletazos de una realidad no muy alejada de esa terrible ficción, y que parece no acabar nunca para tantas en tantos sitios.

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