Dos centenarios: RSFZ y José Barreiro

Dos centenarios: RSFZ y José Barreiro
Dos centenarios: RSFZ y José Barreiro
Lola García

La Real Sociedad Fotográfica de Zaragoza, SFZ como la llaman sus socios y sus amigos, la fundaron en 1922 unos cuantos zaragozanos que, en su mayoría no eran fotógrafos de oficio, sino profesionales amantes de la fotografía. 

Bastantes de ellos, de ejercicio científico. Médicos, por ejemplo, había varios, en tiempos en que un médico al día solía tener en su consulta aparato de Rayos X y, no pocas veces, laboratorio para procesar las placas. Hay una foto de la cena que les sirvió de arranque, en noviembre de ese año. Cumple, pues, un siglo esta entidad laboriosa y admirable, que continúa activa y con ideas tantos años después. Zaragoza ha sido, como para el cine, plaza destacada en la fotografía española y la lista de sus practicantes ilustres es larga. Perduran con mayor fuerza los nombres precursores del zaragozano Grasa (médico) y del navarro Jalón Ángel (formado en París). La SFZ va a celebrar su centésimo cumpleaños. Miembro de la Sociedad Internacional del Arte Fotográfico (SIAP), lo hará mediante un salón internacional (‘Open The Centenary’, número 98 de los que viene convocando cada otoño). Se ofrecen más de cien premios en un sinfín de categorías y habrá que ir a verlo, porque la perspectiva es halagüeña. La SFZ es una marca de prestigio europeo dentro de un gremio sin cuya labor no es posible comprender el mundo desde 1839, fecha en la que Louis Daguerre presentó en al París científico su fértil invención. En el mundo, nadie hoy se imagina la vida sin imágenes fotográficas, como sucede con las músicas omnipresentes: pero la gente común ha vivido durante casi toda la historia sin tener al alcance la mano ni las unas ni las otras. Y todavía una buena parte de la humanidad está ayuna de ambos entornos, que para nosotros son casi tan usuales como el aire que respiramos.

La veterana Sociedad Fotográfica de Zaragoza, distinguida en 1997 con el título de ‘Real’, y el interesante escritor almuniense José Barreiro nacieron en 1922

José Barreiro (1922)

La misma edad, aunque menos fama, tiene el novelista José Barreiro Soria, nacido en La Almunia de Doña Godina mediado el año 1922. Al contrario de lo que sucede con la SFZ, no se aprecian signos de que se le vaya a recordar al siglo de su nacimiento. Sus quince primeros años almunienses lo marcaron para siempre, si bien pasó lo más de su vida en Zaragoza. Fue agente comercial y se acercaba a los sesenta años cuando se atrevió con una novela de tema complicado: muchos personajes, muchos ambientes, muchos sucesos grandes y pequeños, muchas caracterizaciones de gentes y lugares... Pero tuvo buen pulso para llevar al lector a los años de su infancia y de su adolescencia, insertas en la Dictadura, en la República y en el arranque de la guerra civil de 1936.

Hay en sus pocas obras editadas (cinco) aromas de Cela. El autor, buen narrador, ensarta anécdotas reveladoras grabadas en su joven memoria que lo absorbía todo. Usa un lenguaje sin ñoñerías y nunca soez. Reproduce las hablas de las gentes, sin falsificaciones ni baturrismos. No tuvo apenas atención crítica y algunos de sus lectores encuentran más depuración y atractivo en ‘El Agualí’ (nombre de una finca familiar, homónima de un monte en la cercana Ricla). Mi criterio literario es del todo prescindible, pero su mejor libro me parece ‘Zorrocotroco’, premiado por la Institución ‘Fernando el Católico’ con un accésit. El autor, con cincuenta y ocho años cumplidos, lo editó por su cuenta (y fue mal servido por una imprenta descuidada). Zorrocotroco es término que vale por palurdo, pero en el libro de Barreiro es un juego de cartas (p. 34) a cuyo término el perdedor (el zorrocotroco) se lleva una somanta, de grado acorde con el humor de la pandilla, que canta mientras atiza.

Barreiro se documentaba bien. De sus notas ha sobrevivido una lista de apodos, editada tal cual en la red por su diserto hijo Javier: Betoven, porque tocaba el violín; Doctor Bodegas, el médico gran bebedor; Butano, de cabeza cilíndrica y con rojeces; Echaculos, porque reparaba los de las sillas; Cagarrutas, Morrituerta, Regadera, Precauciones y un ciento más. Pero en sus novelas hace un uso comedido y natural de tales motes, sin usarlos como recurso facilón.

Según me tiene dicho Javier, su padre hizo con él lo que mi abuela Patro conmigo: enseñarle de pequeño a leer con tres años de edad. Los popes actuales de la enseñanza se oponen con ferocidad a semejante idea. Barreiro usaba como pizarra el frontal de una ‘cocina económica’, como se llamaba a las de carbón, donde escribía con tiza las letras que el hijo aprendía sin saber cuánto estaba recibiendo. Mi abuela utilizaba para lo mismo una placa de pizarra enmarcada y un pizarrín, delgado utensilio a modo de lapicero y hecho también de pizarra, que servía para escribir en ella.

José Barreiro era de esa especie de personas sensibles e intuitivas que veían en las letras una clave mayor de la vida. Benditas sean, por despertar la inteligencia de los párvulos y entregarles tempranamente la valiosa llave de la lectura y la escritura.

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