Cinco años después

Cinco años después
Cinco años después
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Conduciendo, yo no pensaba en el voyerista del que acababa de tener noticia, sino en el individuo que un 15 de mayo de 2017 se me presentó por ‘email’, y al día siguiente, en persona, diciendo que venía del año 2762 y que se había leído todas mis columnas, incluidas las aún no escritas. Merced a esta rareza, lo acogimos unos días en familia y le tomamos afecto.

Cinco años después, mientras recorría carreteras comarcales, evoqué, entre otros episodios singulares, la tarde que lo espié por calles y solares de las afueras, hasta una decrépita casa de campo, donde coincidió con media docena de personas a las que yo no conocía y que nunca volví a ver. Cuantas veces regresé a ese lugar, lo hallé desvencijado y deshabitado.

Por supuesto, también me vino a la mente su carta de despedida, que publiqué íntegra en este periódico, en la que José Ángel, tras anunciar el retorno a su época, confesaba que de la nuestra solo se quería llevar "el recuerdo de un gran amor". Se refería a una pasión clandestina con una buena amiga mía.

Atravesando un paisaje de estepa y lejanos pinares, llegué a mediodía, justo a tiempo para la cita en el bar del hotel. Nada más saludarnos, mi informadora o, quizás, delatora, me dijo que José Ángel había desaparecido hacía unas horas, y que ya me contaría luego, porque en ese instante la acuciaba un compromiso. Apenas si pudo mostrarme una foto de grupo, en la que quise distinguir, muy cambiado, al viajero del tiempo. "Te llamo y nos vemos esta tarde", dijo; "con ella, espero", remató. Pero esa tarde Ariadna no estuvo para nadie.

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