Por
  • Celia Carrasco Gil

El Albatros

Baudelaire por Gustave_Courbet_033
El Albatros
Gustave Courbet/Archivo Heraldo.-

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado de un autor parisino que fallecía tal día como hoy hace ciento cincuenta y cinco años, un príncipe de las nubes exiliado en la metrópoli moderna, un pájaro herido por el tedio que, sin embargo, supo vencer al bostezo infinito, sobrevivir a la multitud de la ciudad y descender a las alturas malditas en el vuelo hipócrita y hermano de sus textos. 

Fue Charles Baudelaire un ‘flâneur’ de lo sórdido que buscó en la carroña del lenguaje esa grotesca luz de otra estética, hasta hallar su peculiar polen del mal en las esporas olvidadas de una urbe erigida como nuevo jardín de verso, como un vaivén de flor o títere del Diablo mecido entre el estertor de un cántico ya insostenible y unas cuencas vacías tan solo colmadas de su fatal negrura sin estrellas. Desde su peculiar alquimia de la imagen, desde el escándalo de su torsión verbal, el poeta trocó el fango en oro, en el incómodo resplandor de una herida en los bordes, una fisura abierta entre dos extremos, en un espacio de conflictos liberado de cualquier máscara revestida de los anteriores pactos de belleza. Charles Baudelaire, en el exilio alado del poema, supo escribir una ciudad siempre perpleja de sí misma, asentada entre sus sueños idílicos y su desdicha cotidiana, al igual que el Albatros burlado en el navío que consiguió alzar su canto más allá del ‘spleen’, hacia el verdadero Azur de un sueño alejandrino donde la palabra alada ya no entorpece más, sino que eleva.

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