Gucci y la trenza

Trenza de Almudévar.
Trenza de Almudévar.
Laura Uranga / HERALDO

Hay una escena de ‘El fin de la comedia’, la fantástica serie que protagoniza el cómico Ignatius Farray, donde dos amigos coinciden en una hamburguesería con sus primeras citas.

 Ahí, un brillante Javier Botet empieza a contarle a la chica cómo cogió la tenia de niño y se la sacaron a tirones por la garganta; lo hace simulando la extracción entre arcadas y sigue comiéndose la hamburguesa con poca delicadeza, embadurnándose en ketchup. «Tengo un hambre, que a ver si voy a tener la tenia otra vez», concluye ante caras de estupefacción y asco de todos. Quiero decir con esto que, más allá de las formas de cada uno, hay sitios a los que no se puede ir con una primera cita o a algún asunto de trabajo porque es difícil no acabar en varios momentos como si te estuvieras comiendo un ciervo a bocados en mitad del campo. Y esta evidencia, que debería ser asumida sin rechistar y por buen gusto, no es capaz de derribar acaso uno de los dulces más sobrevalorados del sur de Europa. El Miguelito de la Roda es un pastelito de hojaldre, relleno de crema y con azúcar glas por encima del que todo el mundo habla cuando uno llega a territorios como Madrid. Esto ejerce una presión social porque, por algún tipo de ley, no se puede merodear por Murcia, Alicante o Albacete sin traer una cajita de estos dulces. Yo los descubrí en el trabajo porque los trajo un compañero, así que los probé por acabar con el misterio y al primer mordisco acabé con la cara como Alberto San Juan en ‘Airbag’ cuando les para la Guardia Civil. Me lo acabé por si los Miguelitos, más allá del mito, eran una secta por las Castillas; aunque al llegar a casa casi tengo que poner una lavadora y meterme en la ducha.

Un incordio que no ha impedido que este dulce se haya ganado fama del mejor de España; cuestión que desde Aragón deberíamos empezar a combatir con un arma de la que presumir más que Corea del Norte de sus misiles: la trenza de Almudévar. Elegante, limpia, abundante, dulce; qué decir. Si en Florencia tienen a Gucci, nosotros tenemos la trenza, de la que no recuerdo críticas y sí preguntas de dónde se compra o cuándo volveré a traer. Un artefacto imbatible y aún no tan conocido del que difundir la palabra por exquisito y pulcro. Una alfombra roja para una conquista apasionada que mantiene las formas.

@juanmaefe

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