Por
  • Javier Usoz

Regadas de orín

Pensar el desamor
Pensar el desamor
POL

Retomé la búsqueda de José Ángel porque una lectora me dijo por email que había dado con él. Se refería a "un cuarentón, voluntario en un yacimiento arqueológico", de cuyo emplazamiento, comprometiéndome a no publicarlo, me daría noticia en otro mensaje. Según mi contacto, cuyo nombre tampoco puedo revelar, "este individuo se presenta como ‘José Ángel, viajero del tiempo’".

Un segundo email, que siguió al que yo envié mostrando interés, revelaba del supuesto José Ángel que "como el Azarías de ‘Los santos inocentes’, orina en sus manos, diciendo que las higieniza y cauteriza". Dicho email cuenta también que "suele subir a un promontorio del yacimiento, para escrutar con prismáticos en la piscina pública de la localidad", y que, si es recriminado por ello, contesta sonriendo que "no solo de vestigios vive el hombre".

Nada de lo anterior coincide con el correcto José Ángel que yo traté. Sí encaja, en cambio, que, al poco de incorporarse a las prospecciones, se acaramelara con Ariadna, la profesora de arqueología de la que están prendados los estudiantes y colaboradores del yacimiento, incluida la persona que me tiene al corriente.

Efectivamente, aunque apenas nos conozcamos, en un convulso tercer mensaje, con el lirismo propio de la pasión frustrada, o truncada, o del amor no correspondido, mi informadora confiesa "la repulsión de imaginar ese dulce rostro, esa tersa orografía color canela y los humedales volcánicos de ese territorio sagrado, ante una mirada que se complace rijosa en otros cuerpos, bajo las caricias de esas manos regadas de orín".

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