La falta de educación
El público contiene la respiración observando el hipnótico movimiento de Sara Calero al ritmo de la guitarra de Javier Conde y el bajo de Juanfe Pérez. La cantaora Gema Caballero completa con su voz el círculo magistral del cuadro flamenco enmarcado en el bello escenario del Museo de Zaragoza. Arriba, en el cielo, brillan las otras estrellas.
Hasta que una interferencia de carne y hueso perturba la estampa: una señora se levanta de su asiento, en tercera fila, y ocupa (o mejor okupa, con k de kilos) el pasillo central para grabar la escena con su teléfono móvil. Sin inmutarse ni despeinarse su abultada cabellera. Allí permanece unos cuantos segundos que se hacen eternos a quienes están en las filas de atrás, que ya no pueden seguir el baile que interpreta Sara. Fundido a negro.
La intrusa del pasillo repite su incívico comportamiento en la siguiente escena. Está dispuesta a grabar todo el espectáculo caiga quien caiga… hasta que a la tercera intentona, un señor se levanta y le llama la atención. Por fin, la mujer se da por aludida, se sienta y no se vuelve a levantar ni cuando todo el público aclama en pie a Calero y compañía por su extraordinaria actuación.
En el supermercado, un señor trajeado que ya ha cumplido hace tiempo los 70 manosea un tomate sin guantes y lo vuelve a dejar en la caja. Coge otro y repite la operación, hasta que una clienta se lo recrimina con suavidad: "Por favor, póngase el guante". "¡Métase en sus asuntos!", responde a gritos. La reponedora se acerca y le recuerda educadamente que debe evitar coger la fruta sin protección... y el hombre le contesta con un gesto airado que el tomate no es fruta.
La falta de educación no entiende de sexos ni edades.
ncasas@heraldo.es
