La guerra, estancada

Casas destruidas en una ciudad ucraniana.
Casas destruidas en una ciudad ucraniana.
Roman Pilipey / Efe

Desde que los rusos tomaron, a finales de junio, la ciudad de Severodonetsk, en el Donbás, con grandes esfuerzos y cuantiosas pérdidas, la guerra en Ucrania parece estancada. 

Hay bombardeos y ataques con misiles y drones, algunos espectaculares y audaces, como los lanzados por los ucranianos en Crimea. Hay incluso atentados personales, como el que le ha costado la vida a Daria Dugina, la hija del ideólogo áulico de Putin (algunos llaman filósofo al tal Alexander Dugin, pero me parece una exageración). Lo que no hay, sin embargo, son movimientos apreciables en los frentes, ni unos avanzan ni los otros retroceden. Las informaciones que filtran diversos servicios de inteligencia y los análisis de algunos estudiosos de las guerras indican que ambos bandos estarían exhaustos, faltos de soldados y de municiones para avivar la lucha. Los rusos habrían perdido, entre muertos y heridos, unos 70.000 hombres, casi la mitad de los que concentraron para la invasión. Los ucranianos, en algunos momentos, sufrían doscientas bajas cada día; con seis meses de combates, la sangría debe de ser tremenda. Ni a unos ni a otros les resultará fácil reemplazar las pérdidas. Los arsenales se han vaciado, mientras que la llegada de ‘más madera’ de las fábricas o de la ayuda internacional no permite reponerlos con rapidez. Salvo el recurso a las armas nucleares o la intervención exterior parece difícil que ni rusos ni ucranianos alcancen sus objetivos. Si se tratara de una partida de ajedrez -¡ojalá!- este sería el momento apropiado para que uno de los dos jugadores pidiera tablas. O los dos.

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