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Moncayo de negra falda

Vuelta a casa de los vecinos tras el incendio en Añón de Moncayo.
Vuelta a casa de los vecinos tras el incendio en Añón de Moncayo.
Francisco Jiménez

Sobrecoge ver a diestra y siniestra de la N-122, entre Borja y Tarazona, cómo se ha teñido de negro la falda del Moncayo, habitualmente tan verde.

Que las llamas saltaran el cortafuegos viario y alcanzaran hasta las proximidades de El Buste y el Santuario de la Misericordia da medida de la virulencia del incendio que se desató el sábado, 13 de agosto, junto a Añón de Moncayo. La lengua de fuego lamió los muros del monasterio de Veruela, así como viviendas y urbanizaciones desalojadas. Y quemó los paisajes que cautivaron a Bécquer en un perímetro superior a 50 kilómetros.

La rápida actuación y coordinación de los sectores implicados en contener las llamas, así como la mejora de las condiciones meteorológicas, evitaron males mayores, tanto en el paisanaje (lo más importante) como en ese corazón ecológico que bombea en el Sistema Ibérico, en el límite entre Aragón y donde la vieja Castilla se acaba: el parque natural del Moncayo.

Cuentan los expertos en la extinción de incendios forestales que si se cumple la regla del 30-30 es para echarse a temblar. Se refieren a que si la temperatura es igual o superior a 30º C, la humedad es igual o inferior al 30%, y el viento sopla a más de 30 kilómetros hora, se dan las condiciones para una tormenta perfecta. Es lo que ocurrió este fin de semana en las faldas del Moncayo: hubo rachas de hasta 80 kilómetros hora; las temperaturas superaron los 30 grados, y la humedad fue inferior al 40%.

Tales condiciones hacían extraordinariamente complicadas las tareas de extinción. Y si el incendio se hubiera adentrado en la compleja orografía del parque natural, apaga y vámonos.

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