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  • Curro Fatás

La buena gente

Borja acoge a los afectados por el incendio de Añón del Moncayo
Borja ha acogido a los afectados por el incendio de Añón del Moncayo
Toni Galán

Somos vulnerables. Pero no lo sentimos en carnes propias hasta que el destino nos lo hace saber. El incendio del Moncayo nos ha venido a recordar que la Naturaleza, cuando nos muestra su poder, nos empequeñece a todos. Y a la vez -paradojas de la vida- a muchos engrandece. Vivo en esta comarca de Tarazona y el Moncayo hace 12 años ya, embarcado en diferentes aventuras emprendedoras, junto a mi inseparable compañera Susana, tras mi etapa como cantante de Puturrú de Fuá.

Este sábado regresaba de una comida en Vera de Moncayo y me encontraba con una dantesca visión desde el Monasterio de Veruela. El aire en Añón era una locura (ráfagas de 80 kilómetros por hora) y un pequeño incendio inicial se había extendido a una velocidad de vértigo. La Guardia Civil no dejaba pasar y los coches de bomberos y de Protección Civil se sumaban a una procesión de agricultores que con sus enormes tractores acudían, sin que hiciera falta que nadie los llamase, a la lucha contra el fuego. Yo veía, entre alarmado y pasmado a la vez, cómo éste, que hacía un minuto estaba en un lado, se movía de sitio, se multiplicaba y avanzaba hacia nosotros con una velocidad que lo hacía parecer irreal.

Cuando me quise dar cuenta el fuego, por arriba, había rodeado el Monasterio y amenazaba a Vera de Moncayo. Salí a toda leche con el coche y me dirigí a nuestra casa. Atónito, mientras me lavaba las manos, vi desde el baño que el fuego tomaba rumbo al desvío de la carretera en dirección a Borja. ¡A Tarazona!, dijimos mi mujer y yo mientras cargábamos maletas con lo imprescindible, y embarcábamos a nuestro perro Pichichi y a nuestro gato Kalindo en un trasportín. Vimos vecinos corriendo por las calles, huyendo despavoridos. «¡Ha dicho la Guardia Civil que salgamos a escape!».

Hicimos el trayecto a Tarazona en un silencio sobrecogedor que hablaba por sí mismo. Cuando llegamos al polideportivo de Tarazona nos topamos (fuimos de los primeros) con un pequeño ejército de voluntarios de todas las edades. Desde ese instante, y durante las posteriores intensísimas 48 horas, no dejaron de darnos atención, sonrisas, consuelo, comida, bebida, ropa, ordenadores para trabajar, cariño infinito… La protectora Apata nos proveyó de agua, pienso y arena para nuestro gato. Los chicos y las chicas de la Cruz Roja nos surtían de esas pequeñas ‘imprescindibles’ cosas. Fuimos realojados en el Seminario. Compartimos alojamiento con 102 ucranianos, con vecinos de los municipios afectados, con cuadrillas de voluntarios de la lucha contra el fuego y con la eterna sonrisa de José Luis Sofín, arma secreta reconfortante y que va más allá de las creencias religiosas.

Tras dos días sumidos en la incertidumbre y la angustia, intentando discernir qué noticias de las muchísimas que corrían eran ciertas (nuestra casa nos la notificaban como quemada y como no quemada cada dos por tres), el lunes por la mañana Lourdes Sánchez, concejala del Ayuntamiento de Tarazona y muy competente coordinadora, nos anunció que podíamos volver a casa y rompía a llorar mientras los vecinos desalojados aplaudíamos, llorando algunos también de la emoción.

Este tremendo susto nos ha reportado también enseñanzas muy valiosas. Que las desgracias sacan lo mejor de muchos seres humanos: y esto nos reconcilia con la especie. Que los bomberos, forestales y voluntarios de Protección Civil son nuestros ángeles de la guarda. Que hay gente joven, muy, muy joven, llena de valores. Que los agricultores son los héroes anónimos en la lucha contra el fuego; con una generosidad sin límite, arriesgan el tipo, regalan su sudor, su tiempo y su gasoil. Su labor haciendo cortafuegos (‘sembraderos’, como dicen ellos) salva propiedades. Muchas. Sin ir más lejos, nuestra casa. Y salva vidas. Sin darse importancia.

A todos ellos, incluido el Ejército, que proveyó de camas de campaña a decenas de vecinos desalojados, va nuestra enorme gratitud. A los restaurantes que regalaron cientos de bocadillos. A tanta buena gente que nos dio cobijo y consuelo y que nos hizo el mejor regalo: la certeza de que saldremos adelante. Y el motivo por el que hacerlo: por esa buena gente.

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