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Cartas: La atención sanitaria se deteriora

El centro de salud de Utebo
El centro de salud de Utebo
Guillermo Mestre

Leo que el centro de salud de Utebo cancela las citas y atiende solo urgencias y consultas indemorables ante la falta de médicos.

 La asistencia sanitaria primaria o de familia se está deteriorando de manera alarmante. Me entero en la farmacia de que las recetas en mi tarjeta sanitaria están caducadas. Telefoneo al centro médico de Torrero para que me las activen, como he hecho siempre. La persona que me atiende por teléfono me dice que me activarán las recetas dentro de ocho días, cuando antes lo hacían en dos días. Le digo que tengo medicinas para tres días y me recomienda que pida en la farmacia el favor de que me las adelanten hasta que disponga de las recetas. Es decir, que el problema que se crea en el ambulatorio se lo pasan a la farmacia para que allí lo solucionen, si tienen a bien hacerlo. Tendré que pagar las medicinas y me devolverán el importe cuando las recetas estén activadas. Por otra parte, hace tres meses que una vecina está esperando un informe del traumatólogo de Consultas Externas del Miguel Servet, reclamado dos veces, para entregarlo al seguro por un accidente que sufrió. Es una vergüenza lo que está sucediendo en la atención primaria y en la especialista.

Martina Pellejero Cuéllar

ZARAGOZA

Un gesto de amabilidad

Dependencia, cansancio, memoria… los esfuerzos de toda una vida han afectado a mi abuelo mental y físicamente, pero, pese al paso del tiempo, siempre recuerda amar. Mi abuelo saluda a todo el mundo sin importarle quien sea, es más, cuando no le devuelven el saludo se enfurruña y emite un trémulo grito de protesta. Para algunos, solo es una abuelo con demencia en silla de ruedas ofreciéndoles un débil gesto, pero os aseguro que esos saludos han detenido trabajadores con prisa para llegar a sus puestos, han hecho llorar a viudas a las que no se les ofrece ninguna atención y han recordado al alzhéimer el significado de una sonrisa. Gracias a mi abuelo, hay alguien que les dice que es bueno que tú seas, que existas. Un gesto puede cambiar el valor y sentido profundo de nuestras vidas. ¿Qué sería de la sociedad si tomasen de ejemplo a mi abuelo?

Pablo Díaz Montañés

ZARAGOZA

Masoquismo informativo

Ver los telediarios es un acto de masoquismo. Dudo de ver las noticias. Me entra ansiedad, nerviosismo angustioso. Despotrico dirigiéndome a mi pareja. Él asiente, pero se burla por cómo me pongo. Me arriesgo a enchufar la televisión, la pantalla se ilumina en un rojo fuego. La presentadora indica en un mapa de España los incendios. Bosques, campos, casas, animales quemados. Me estremezco, invoco a Dios. ¿Qué está pasando? Otra información. Guerra en Ucrania. Casas destruidas, cadáveres por los caminos, cereal sin salida. A continuación, subida de precios en los mercados. Frutas y verduras a precios inaccesibles para economías medias. El planeta se destruye. Científicos piden que se recicle todo tipo de basuras. El mar arrastra peces muertos y plásticos. Sube la temperatura. En los pantanos escasea el agua, no llueve, ríos secos. Una pandemia detrás de otra, la covid y la viruela del mono. Y no sabemos cuál vendrá después. Las fiestas de jóvenes van en aumento, discotecas, alcohol, drogas, estimulantes que vacían sus cerebros. Sin comprender que son utilizados por desalmados. Médicos y enfermeras trabajan sin tregua en los hospitales. Cierro el televisor y, preocupada, me bajo a la farmacia. Pido un ansiolítico y me informa la farmacéutica de que necesito una receta del médico. Le pido algo para calmarme, tengo un tic en los ojos desde que veo las noticias. La farmacéutica me aconseja unas hierbas. Las compro y corro a casa para hacerme la infusión. Parece que me calman.

Pilar Valero Capilla

Zaragoza

Piscinas en alquiler

Las piscinas, para quienes no pueden disfrutar de los múltiples beneficios de las playas en esta época estival, resultan una solución espléndida. Ahora bien, para gozar a pleno del verano en casa a la vez que hallar alivio en ellas, es absolutamente imprescindible tenerlas en óptimas condiciones. Un correcto mantenimiento del ‘vaso’ eliminará tanto los restos de las cremas protectoras anti-sol y unturas de diversa índole, propias de los mayores, como las velas nasales y babas de los bebés, así como aportará una adecuada dosis de cloro para que esté libre de microorganismos perjudiciales. Y, paradojas del destino, mientras en tiempos de pandemia aumentaron las ventas de casas con piscinas al abandonar la gente el centro de la ciudad por la periferia, ahora, a través de una determinada aplicación, se puede gozar con ‘exclusividad’ de la piscina del chalet más próximo previa consulta del precio por horas y de su disponibilidad. ¡Nuevas fuentes de ingresos veredes, mío Cid!

Miguel Sánchez Trasobares

ZARAGOZA

Aladrén, Valhondo y el Huerva

¡Plin, plon! Martillea el robusto picapedrero con su esporádico martillo pilón. ¡Plin, plon! ¿Qué dirá? Golpea sin cesar hasta doblegar la montaña. ¿Pero a qué fin te empeñas, vigoroso Hércules?, le pregunto. Entonces, él resopla, para, se seca la frente con el dorso de su antebrazo, amorra el morro y, rudamente me contesta: «¡Plin, plon! (así me gano la vida)». Valhondo tiene la piel curtida de tantos años al raso. Pectorales prominentes. Bíceps eminentes. Cuádriceps preponderantes. Tríceps imponentes en todo su recorrido. Aunque los pies los tiene en remojo y los dedos le asoman por encima de la epidermis del río. Se obstina en labrar la roca a puro de mazo pilón, ¡plin, plon! Yo le pregunto: «¿Qué pretende usted, poderoso Huerva, esculpiendo el cerro en solitario, no le da miedo?» Y él me responde: «¡Plin, plon, plin, plon! (a esto me dedico yo todo el año: a esculpir figuras en el peñasco)». Y, achantando el hocico, continúa aporreando el risco. Procurando no salpicar, nado en sus angostos y azulados ojos. Solo me acompaña el canto de los pájaros y un ensordecedor chapoteo de mi pecho excitado. Con la mirada emocionada, repaso sus femeninas paredes sugerentemente cinceladas con perfiles de seres monstruosos, de criaturas indescriptibles, de figuras inenarrables... Y le digo: «¡Qué suerte tenemos de tenerte, Huerva amado!». Y él me responde con el repiqueteo de su mallo pilón: «¡Plin, plon! (siempre que quieras, aquí estoy, este mi trabajo)». Balanceándome, me lleva cuesta abajo montado a cotenas. Con su risa en cascadas me divierte. Con sus aguas calmas me sosiega. Con el tacto de su líquida piel me refresca. Y así, antes de llegar al embalse de las Torcas, salgo del río remojado para volver a Aladrén andando, sumergido bajo un bosque oceánico...

Venancio Rodríguez Sanz

ZARAGOZA

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